RESEÑAS
Dale funk, negro

Parliament/Funkadelic es una sola banda, pero al mismo tiempo son dos distintas. Dejó de existir a principios de los 80, pero aún siguen tocando. Todo esto podrá no tener sentido, pero si uno piensa que detrás está nada más y nada menos que George Clinton, todo empieza a fluir.
Clinton lidera desde hace más de 50 años este colectivo musical de música negra y psicodélica. Esa banda que muchos nunca hubiesen pensado ver por estas tierras vino para dar tres funciones agotadas, algo sorprendente si tenemos en cuenta el precio de las entradas. Aunque al entrar notamos enseguida que está plagado de gente que no tuvo problemas en pagarlas Pero bien, con onda, sin resentimientos. También hay un par de personajes que parecen estancados en una época que no vivieron. Pero con onda también. Porque hoy es una noche con onda, para disfrutar, y mientras más ridículo te vistas, mejor.
Porque la banda también transmite eso; esa delgada línea entre la onda y el ridículo. Un grupo que tiene más de 20 miembros. Intenten nomás imaginar 20 músicos, más los asistentes y todo el equipo en el escenario de La Trastienda. Dancing Mood, un poroto al lado de ellos.
Hay un baterista, un tecladista, un saxofonista , un bajista, cinco guitarristas y como nueve cantantes. Ah, y un animador que está vestido como un proxeneta (el clásico Pimp), cuya única función es hacerle la contra al grupo. Y, además, Clinton, que entra al escenario fumándose un porro y se vuelve a ir, como para avisar que vino.
La primera parte se la deja a sus compañeros, que están caracterizados de diferentes maneras. Entre los guitarristas hay un payaso, una policía hardrockera, un pirata, uno que solo tiene puesto un pañal y otro que es la mezcla exacta entre Lenny Kravitz y Twiggy Ramírez. El baterista y el saxofonista parecen salidos de Living Colour, el bajista, de King Crimson, y el tecladista, de Nonpalidece. Y los y las coristas, típicos afroamericanos del Bronx. Los muchachos agitando y las mujeres moviendo las caderas, aunque toda la audiencia masculina queda enamorada de una de las coristas que está vestida de novia y reparte besos y movimientos sugestivos. Si estás leyendo esto, te amo (?). También había uno que parecía un linyera de Constitución. Eso sí, no me pidan nombres.
Ahora, la música, que es como una gran zapada que nunca baja de intensidad. Cada canción dura aproximadamente veinte minutos. Casi como un funk progresivo, tanto musicalmente como por la energía en ascenso. Palabras que se repiten como “Funk”, “Funky”, “Bounce”, etc, todo acompañado de un ritmo endemoniado hecho para bailar hasta que sangren los pies. Y a todo esto, George ni siquiera había aparecido. Recién al tercer tema (unos 40 minutos de show) apareció. Increíble poder ver en vivo esas rastas multicolores.
El tipo está viejo y gordo. Y drogado. Pero agita a su estilo. De todas formas es un músico más, no es la estrella de la noche. Se para en el centro y mucho no se mueve de ahí. Baila, canta y pide que gritemos y bailemos. Arriba del escenario pasan tantas cosas que es imposible prestar atención a una sola. De todos modos, Lenny Ramírez, con toda su pose, y la corista flaquita siguen ganando.
¿Y el repertorio? Bueno, la elección es un tanto complicada. La banda tiene 50 años, más de 60 discos y los temas son larguísimos. Pero el público no fue en busca de hits. Está abierto a lo que los músicos ofrecen y a su experimentación. A entregarse a la música y dejarse llevar. De cualquier forma, algún himno del funk como “One nation under the groove” o “Free Your mind (And your ass will follow)” son obligatorios. También la fantástica “Maggot Brain”, una gran oda instrumental a Jimi Hendrix tan enferma como retorcida, dando cátedra de cómo tiene que ser un solo de guitarra, compuesto por el fallecido Edie Hazel. Un tema que seguro es la envidia tanto de Santana como de David Guilmour.
Y luego de ese momento intenso, vuelve el baile. El show se extendió por casi CUATRO HORAS. Así que si pensabas que venían a robar o las entradas estaban muy caras, bueno, ahí tenés. Y la gente lo entendió a pleno, ya que para el final era la fiesta más enferma del mundo. Empezaron sacando a bailar a una de las coordinadoras del show, que terminó en un extraño “sanguchito” entre Clinton y Sir Nose (el proxeneta), que también aprovechó para hacer un streaptease (?).
Después, algunas chicas del público subieron a mover las cachas cual video de hip hop. Mientras tanto, una de las guitarristas se mandaba el solo de la vida mientras simulaba darle sexo oral a una de las coristas que estaba vestida con una bikini y unos rollers. Ah, y a todo esto, el corista que parecía linyera le mangueba porro a la gente. El clásico “Atomic Dog” puso el punto final. Era miércoles, era la una de la madrugada, los colectivos ya no pasaban y todos tenían que trabajar al día siguiente. Pero a nadie le importó. Eso, mis amigos, es dar u
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