OPINIÓN

Cueste lo que cueste

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Lejos, muy lejos, quedó esa mañana en la que Jorge Araujo —en ese entonces baterista de Divididos— le contó con emoción a Mario Pergolini las cosas que hacían los pibes para juntar los $ 15 que costaba la entrada para ver al trío en El Teatro.

Se hace difícil, hoy, imaginar la tamaña conmoción que experimentarían, por ejemplo, los bateristas Sebastián Cardero y José Bruno, de Los Piojos y Andrés Calamaro respectivamente, si se propusieran lo mismo; el sábado 30 del corriente, la banda tocará en River y el campo cuesta $ 90; ese mismo día y también el siguiente, el solista se presentará en Luna Park y la ubicación más barata sale $ 80 y la más cara $ 350, más service charge en ambos casos.

Y es que, se sabe, las entradas al rock aumentaron. Entre uno y otro entonces, hay dos conocidos hechos en los que se buscan y hallan, generalmente, las explicaciones: la devaluación en 2001 y la tragedia en Cromañón en 2004.

Antes, U$S 1 equivalía a $ 1; hoy, en cambio, es igual a $ 3,74; todos los precios de todo subieron y el rock no fue la excepción.

Por otra parte, y en relación con la tragedia en Cromañón, luego de la misma no sólo cerraron o fueron clausurados infinidad de sitios de rock —por cierto, los más económicos— sino que además subieron los valores de las entradas de los que siguieron, porque, según explicaron, se trasladaron los nuevos costos que debieron afrontar para cumplir con las renovadas exigencias del Estado.

Hacia mayo de 2005, antes del debut de Kapanga en Obras, el cantante de la banda fue entrevistado por El Acople y contó: “Quisimos esperar un poco a (…) que la gente también se fuera acostumbrando a que los precios de las entradas para recitales nunca más van a valer diez o doce pesos. Cuando nos explicaron el negocio de cómo se planteaba Obras, le bajaron el pulgar al precio que nosotros propusimos. Siempre pensás en los pibes y te das cuenta de que no podés subir diez pesos las entradas desde tu último show en noviembre. Pero las reglas del juego ahora son así. El bolsillo se va a tener que acostumbrar. Sabemos que hay muchos que quedan afuera del sistema este pero ¿qué podés hacer?”.

Por su parte, un par de años después, precisamente en junio de 2007, Cristian Iglesias, en ese entonces todavía cantante de Los Jóvenes Pordioseros, le dijo a Página 12: “Antes de Cromañón una entrada te salía $ 6 anticipada y $ 8 en la puerta. Ahora, ir a un recital puede salir $ 25, $ 26. ¡Mirá la diferencia que estamos hablando! Hay una clase social que se quedó afuera del rock”.

Ahora, en marzo del corriente, nuevamente Iglesias, ya al frente de Hijos del Oeste —en esta ocasión en un reportaje que le hizo Sólo Rock del País—, se quejó de la cuestión cuando fue consultado sobre el presente del rock: “¿Sabés lo que pasó estos últimos años? Aumentaron las entradas. Y la gente que va a escuchar rock and roll es de una clase social media para abajo y esa gente quedó afuera porque no pueden pagar una entrada $ 60 todos los fines de semana”.

Desde el añorado y querido costo de “$ 6 anticipada y $ 8 en la puerta” hasta este entonces corrió la suficiente agua para que esas cifras hoy suenen irrisorias por lo inferiores, como se expresó anteriormente.

No obstante, otro tanto pasó en el país para que sea cruel fijarle al público de rock entradas que ronden los $ 50; como bien pensó Iglesias, un valor semejante deja afuera a una clase social y, además, pone a otra en la condición de asistencia esporádica y sacrificio mediante, ya que en vez de ir todos los fines de semana a un recital, debe hacerlo una vez por mes.

Peor aún, entonces, están aquellos casos en los que se establecen precios como aquellos mencionados de Los Piojos y Andrés Calamaro, que nos llevaron a leer hasta el número de $ 350 y a conocer que para asistir hay que pagar como mínimo casi $ 100. Así, se está en un plano directamente abusivo.

Pero, como se dice, cuando una parte abusa, otra se deja abusar. Para ver a la banda en River apenas quedan pocas plateas y populares; para el solista en Luna Park, absolutamente todas las localidades están agotadas. El público, de buena o mala gana, por uno u otro motivo, aprobó los valores con su compra.

El caso del conjunto, es cierto, tiene el factor comprensible de que es su último concierto antes del mentado parate por tiempo indefinido. Curiosamente, hay que señalarlo, luego del anuncio, el costo del campo para Los Piojos subió $ 20 en relación con los $ 70 originales.

Por su parte, Calamaro, triunfal con sus próximas noches a sala llena aseguradas, informó que “en los próximos días se pondrán a la venta las localidades” para su último concierto del año en Capital, el 12 de diciembre en el Club Ciudad de Buenos Aires. Y lo hizo, la experiencia se lo permite, con la plena convicción de que su público estará, cueste lo que cueste.

¿Valdrá la pena pensar qué hubiese pasado si el bolsillo de tantos se negara y rebelara a aquello de “acostumbrarse” a los nuevos precios, a eso de que “las reglas del juego ahora son así” y que “hay muchos que quedan afuera del sistema este pero qué podés hacer”? Tal vez sea tristemente cierto que, definitivamente, ya no es más que una falsa ilusión esperar que el rock se rebele contra el sistema.

Redacción ElAcople.com

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