EDITORIAL

Crónicas de un veinte de diciembre

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Hace exactamente un año, el por entonces Presidente de la República Argentina, Fernando De La Rúa, presentaba su renuncia al cargo que había asumido tan solo dos años antes, mientras las fuerzas de seguridad del estado reprimían con excesiva violencia a los grupos de manifestantes que se hallaban en la Plaza de Mayo y en distintos puntos de país, provocando decenas de muertos y centenares de heridos.

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El vacío de poder generado tras la renuncia del ex Vice-presidente Carlos “Chacho”Álvarez no pudo ser absorbido por la autista y patética figura del Presidente De La Rúa, que se trazaba dentro de los parámetros de la incapacidad y la corrupción familiar.

El gobierno de la Alianza murió por incrementar la ilegitimidad de su régimen político al no cumplir con sus promesas electorales, por continuar con las políticas neoliberales implantadas por los milicos en 1976 (favoreciendo al sistema financiero y desindustrializando la nación), continuadas por la presidencia de Raúl Alfonsín y profundizadas con Carlos Menem; por aumentar la desocupación; por incorporar como Ministro de Economía al “anti social” Domingo Felipe Cavallo (impulsor del régimen neoliberal en 1976 y creador de la Convertibilidad durante el menemismo) y permitirle implantar el sistema de “Déficit cero”, reduciendo las partidas presupuestarias para la salud, la educación, los planes para desocupados y demás; por seguirse bajando los pantalones ante el Fondo Monetario Internacional (FMI); y por mantener la estructura corrupta de los poderes judicial y Legislativo.

Así el 2001 se transformó en el año del resurgimiento de los movimientos sociales urbanos de protestas, integrados especialmente por las clases medias. Entre ellos se gestaron la asambleas barriales y el movimiento de los “caceroleros”, teniendo su momento cumbre el día 19 de diciembre de 2001, cuando la población salió a ganar las calles con su cacerolas en la mano para reclamar la renuncia del por entonces Ministro de Economía de la Alianza, Domingo Felipe Cavallo, quien decidió la confiscación de todos los depósitos de los ahorristas, y que se conoció con el nombre de “Corralito” y luego “Corralón”.

Dentro de este marco de vacío de poder, de una conducción debilitada y desgastada que solo atinó a decretar un irrisorio y estúpido estado de sitio, el sector opositor al gobierno (más precisamente el Partido Justicialista) aprovechó esta situación para organizar un golpe de estado, que se originó con una serie de saqueos a comercios y hogares que se inició en el Gran Buenos Aires y que se propagó a algunas ciudades del interior del país, y que contribuyó a aumentar el clima de caos y tensión social , desarrollándose en forma paralela a los cacerolazos, y que culminó con la renuncia del presidente Fernando De La Rúa a las últimas horas del día 20 de diciembre.

Al cabo de esto se sucedieron cuatro presidentes del Partidos Justicialista, uno de ellos el actual presidente Eduardo Duhalde, tan ilegítimo como sus tres antecesores (Ramón Puerta, Rodolfo Rodríguez Saa-víctima de un golpe interno de su propio partido- y Eduardo Caamaño).

Desde esta columna lo que se intenta es que no se pierda la memoria. Debemos tomar conciencia que generando un nuevo vacío de poder por medio de consignas como “que se vayan todos” solo estaremos operando sin saberlo para, vaya uno a saber, que vampiro de turno nos chupará la sangre. Debemos intentar construir un espacio de cambio, de control y de compromiso, abierto, democrático y legítimo. La lucha empieza y se propaga desde adentro de uno y no debemos bajar los brazos jamás.

Este día 20 debemos manifestarnos y reclamar en paz y recordar y rendirle homenaje a todos los muertos y heridos de aquellas jornadas sangrientas de diciembre, que lucharon por cambiar un país que es de unos pocos, pero que esperemos que dentro de no mucho tiempo, y sino bajamos los brazos, podremos conseguir que sea un país para todos.

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