RESEÑAS

Contemplando a LOS NATAS

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SERGIO es el primero en pisar las tablas. Se cuelga la SG roja y pisa los pedales; la guitarra emite un leve rugido, está enojada. Los dedos van deslizándose sobre dos o tres notas y se clavan en un Mi menor interminable. WALTER, mientras tanto, con un porro entre los labios, se acomoda tras los parches y mira a su compañero. Ahora platillea sutilmente. Los tres están sobre el escenario en perfecta hilera. Y así, en cadencia sinuosa, el grupo comienza a darle vida a “Matogrosso”, el primer tema de la noche. Ideal para empezar el viaje. Atrás va quedando la ciudad y la banda está a punto de acelerar a pleno.

La viola se queda acoplando, se sostiene, aguanta, hasta que no puede más, y entonces la bestia destroza la jaula: Tufi Meme y La ciudad de Brahman. LOS NATAS se nos vienen encima con todo. Es imposible que no te golpeen, que no te duela un poco en la frente, que no te moleste otro poco en los oídos.

El Crudo VILLAGRA arremete sobre las cuerdas más gruesas de su Fender Precission vintage, y en su cara casi no hay gestos. Lo mismo pasa con SERGIO: no tiene ojos, no puedo alcanzar a notarlos. Pareciera que el siguiente acorde lo eligiera al azar. “Vive en las montañas, donde siempre hace calor” gritan las tres gargantas tratando de hacerse escuchar, pero no van a poder. Hay mucho ruido, hay mucho humo.

Sobre WALTER tengo interrogantes… ¿Cómo logra tocar 5000 veces el mismo golpe y no perder jamás el tiempo? ¿Por qué no pifia en ese arreglo hi-hat, redo, tom, ride, tom siete veces, hi-hat, redo, redo, ride, todo a la velocidad de la luz? ¿Cuánto tiempo le queda de vida antes de que muera de un infarto en pleno show?

El último tema del primer bloque es nuevo. Por ahora se llama ´No es lo mismo´ me dice un amigo que sabe. Es ensordecedor. Me reviso las orejas con las manos.

El cambio de guitarra marca el principio del segundo tramo. La Gibson blanca tiene menos overload y brilla más que la roja. Me pregunto como se llamará el que están tocando ahora. De repente una chica dice algo al oído de otra, que a su vez me transmite el mensaje: Se llama ´Traición en el arrocero´. Tengo miedo de que me hayan leído la mente.

Los palillos ahora repiquetean sobre el redo, están marcando el principio de Que rico, y yo creo que absolutamente todos los presentes están mirando al loco de la batería. Raro sería que alguien no lo hiciese. La canción sube, luego baja, después se detiene, más tarde arranca. Agoniza. Muere y resucita. Alguien que me cuente de otra banda de rock pesado cuya audiencia no se mate en el pogo. Natas está trabajando sobre tu percepción, es una bruja, trata de hipnotizarte y lo logra.

El riff ultra setentoso de Contemplando la niebla anuncia el final del segundo bloque. En la pantalla del fondo están los helicópteros de Apocalipsis Now.

Vuelve la viola roja para 2002 y Planeta solitario, temas uno y dos de Corsario Negro. A esta altura todos se están despabilando del cuelgue inicial y se disponen a ser aplastados nuevamente. Eso para LOS NATAS no es ningún problema: Tormenta mental es lo más heavy metal de la noche. No te molestaría darle un par de empellones fuertes a ese de adelante mientras le preguntás: “¿Escuchaste MOTORHEAD alguna vez?” (Nota mental: Tengo la impresión de que la banda de LEMMY ahora está entrando en la categoría de cool. Que mundo tan raro).

El final de Tormenta… es algo así como el avión de Bin entrando limpito en la Gemela número dos. El baterista apoya sus manos en el redoblante. Está exhausto. Se recupera y dice: Bueno, acá los chicos quieren tocar Patas…, pero yo estoy muerto. El trío se mira y duda. ¿Patas…? pregunta el CRUDO a SERGIO. Este le responde afirmativamente con la cabeza, y entonces al pobre batería no le queda otra que tomar los palos y arrancar –furioso- Patas de elefante.

El cierre definitivo los encuentra a todos entonando con énfasis: Difícil resistir, humo de marihuana…. La banda se pierde a pura distorsión, amplificación valvular, wah wah, psicodelia, destrucción.

Las neuronas han sido completamente exterminadas. WALTER queda sentado detrás de su instrumento. Ya no quiere moverse. Entonces el guitarrista le palmea la espalda y lo invita a descansar. Saludan apenas con la mano y se retiran. El escenario queda vacío. Mientras tanto, los de abajo, empezamos a preguntarnos cuanto durará este maldito zumbido.

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