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Coldplay: por encima del arcoiris

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Ni la inquebrantable lluvia pudo frenar el espectáculo visual. En su tercera visita a Argentina, los británicos ratificaron el título de banda de estadios.

Sin saberlo, somos parte de la coreografía: ingresamos al estadio y nos entregan una pulsera que se encenderá para que seamos parte del show. Una idea que teóricamente se veía algo inocente, pero que apenas comenzada la noche demostraría todo su atractivo. Empieza a sonar “A head full of dreams”, tema que da nombre a su más reciente disco, y nos encendemos de rojo a través de las pulseras mientras el groove comanda la apertura.

Desde temprano se intercalan algunos clásicos con la presentación del nuevo álbum. “Yellow” y “The scientist”, acaso los dos temas más coreados, se entrecruzan con las bailables “Every teardrop is a waterfall” y “Birds”. En ese juego de sube y baja se construye el show.

Somos los primeros en señalar cuando una banda hace “siempre lo mismo», cuando su nuevo disco suena igual al anterior, entonces ¿por qué no celebrar las mutaciones de Coldplay? Desde “Viva la vida” se han convertido en una banda de estadios, un poco mirando hacia los reyes de la parafernalia y del rock de grandes arenas (U2), y otro poco edificando una obra cada vez más rica, al menos en cuanto a matices se refiere.

“Let’s play in the rain” invita Martin, y la interpretación del verbo también podría leerse como “jugar”. La lluvia es, por momentos, el mejor de los efectos especiales. Cuando la banda se acerca al escenario B (ubicado al pie de la pasarela), la imagen del agua golpeando constante el piano de Chris Martin se tatúa en los presentes tanto como los deslumbrantes fuegos artificiales. No es casual que para este momento eligen temas más introspectivos, más íntimos; suenan “Everglow”, del último disco, y “Magic”.

La lluvia acrecienta la épica de redención en canciones como “Fix you”, pero también suma al delirio colectivo de “Viva la vida”. En este tramo destaca “Politik” con impactantes visuales que muestran explosiones, atentados, misiles disparándose, mientras que hacia el final las mismas imágenes se reproducen hacia atrás, el mensaje es claro: “Give me love over this”.

El show no son dos horas al palo, con pulseras encendidas y confeti continuo. Se construye a partir de las amplias variantes: podemos saltar como en medio de una rave siendo uno solo con la masa, y al siguiente tema sentir que estamos en nuestro living con Chris Martin cantándonos al oído.

Se repite el momento de intimidad en el escenario C (ubicado más cerca de la popular). Suenan “Us against the world”, y a partir de la votación del público (agradezcamos a la fan que se vio en pantalla) sonó “Shiver” en un flashback delicioso de aquel gran álbum debut, titulado “Parachutes”.

El final es, ahora sí, a pura explosión. Hace rato que la lluvia ha dejado de ser factor, las piernas pesan pero no impiden un último salto con “A sky full of stars. “We’re going to get it together” repiten en el cierre sanador de “Up & up”. Esa idea optimista es la que prevalece luego de dos horas de show.

Todos los recursos están al alcance, pero no se abusa de ninguno. Los estímulos visuales son sorprendentes, por momentos hasta nos abruman (no sabemos hacia dónde mirar, por dónde saldrá el siguiente truco) pero éstos no se sostendrían sin grandes canciones. Cada haz de luz, cada globo, cada fuego artificial, cada nota; todo está sincronizado para que Coldplay nos lleve de viaje por encima del arcoiris.

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Redacción ElAcople.com

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