RESEÑAS

Canciones nomás

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Noche de viernes horrible: baja temperatura, llovizna tenue; muchos patrulleros dando vuelta, algunas camionetas de control de tránsito, sueltas. En un lugar ídem: está prohibido fumar, está prohibido tomar cerveza (10 pesos un vaso tamaño “cumpleaños infantil”); el escenario es excesivamente bajo. Tanto que cuando se corre el telón, vemos a una baterista -mujer, se llama Syl, y está de costado, no de frente-, un tecladista con la guitarra colgada –Tomás Barry, ex Spleen-, otro tecladista y Daniel Melero, de impecable traje negro, anteojos de sol y una raya al medio no tan pronunciada. Suena “La sed”, del imprescindible “Travesti”, un tema que tiene un bajo grueso, punzante. Pero no hay bajista. En realidad, sí hay. Es Félix Cristiani, otro sobreviviente del under de los 90, pero está sentado y lo tapan las cabezas de las primeras filas. Sí, el escenario debería tener unos metros más de alto.

Los que están atrás de las sillas, parados, alcanzan a ver todo. El sonido es ideal; sin embargo, y a medida que se suceden las canciones -porque Melero hace canciones-, gana la intensidad, y la vibra de las cuerdas de metal que agita el compositor de “Tratame suavemente” libera melodías agradables. Y le da espacio a los temas de su último disco, “Por”, un álbum excelente, del que se debería hablar más. Así lo justifican “Tenés”, “Fantasma” o “Nueva era”, donde se permite desconfiar del poder viral del Fotolog y el Myspace. Las va mezclando con otras de su repertorio menos nuevo, más clásico si se quiere: “El mundo será nuevo”, “Tormenta personal”.

Cuando el show parece estar promediando, se anuncia “la última” y luego la banda abandona el escenario. Apenas habían pasado cuarenta minutos desde el inicio del show y ya estaba terminando. Al regresar, segundos después, se suma Adrián Dárgelos, quien le pone estridencia a “Celoso”, pieza que apenas pasa los dos minutos de duración. Todo muy breve es esta noche. ¿Lo bueno, si breve, dos veces bueno? Sí, por supuesto.

Antes de que se cumpliera una hora, los compases de “Sagrado corazón” –incunable del primer disco solista de Melero, “Conga”– cumplen su función kinética sobre varios pares de hombros, al mismo tiempo en que le pone punto final a un set completo de canciones. Canciones nomás. Ni más ni menos. Por eso los aplausos.

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