
OPINIÓN
Breaking Bad, entre el bien y el mal
Rompiendo récords de audiencia, con más de diez millones de espectadores, se proyectó el último capítulo de la serie del momento. El Acople se suma al debate: ¿a favor o en contra del protagonista? ¿Héroe o villano?
Si algo malo tiene lo bueno es que, como todo, no es para siempre, que un día se termina. Sentarse en el sillón, con el último capítulo de Breaking Bad ya cargado por completo en la computadora, listo para verlo, no fue como en las anteriores veces, en los que la disposición era ver qué era de la suerte de Walter y Jesse esta vez, en esa aventura que uno pretendía interminable como si de “La historia sin fin” se tratara. Prepararse para mirar el desenlace de esta serie, que se instaló en la misma mesa que “Los Sopranos” y “Lost” por mencionar dos de las grandes de los últimos tiempos, fue una tristeza, una angustia; cada minuto, cada diálogo, cada gesto, todo tenía ese aura deprimente que machacaba el hecho de que este memorable viaje se terminaba.
Una presentación de la trama para quienes no vieron el programa todavía: Walter White (el magnífico Bryan Cranston) es un profesor de química en un colegio secundario, que además hace horas extra lavando autos para parar la olla; vive con su esposa, Skyler (la excelente Anna Gunn), que está embarazada, y el hijo de ambos, Walter Junior (RJ Mitte), un adolescente que nació con parálisis cerebral y tiene dificultades motrices. La situación económica de la familia, se ve, es compleja y por ello, cuando a Walter padre le diagnostican cáncer terminal, su única preocupación pasa a ser qué futuro quedará para los suyos sin él. Su cuñado, el entrañable Hank Schrader (Dean Norris), es agente de la DEA, y lo invita a una redada; en ella, reconoce entre los perseguidos a un antiguo alumno, Jesse Pinkman (el nacido para el papel Aaron Paul), y así comienza la gran peripecia: Walter se asocia con él, poniendo su genio químico y pidiéndole su conocimiento de venta y calle, para ganar tanto dinero en el negocio de la metanfetamina como el que sea necesario para asegurar a su familia.
El gran debate que planteó la serie, entre sus millones de fanáticos, fue de qué lado ponerse: ¿a favor o en contra del protagonista? Porque, en principio, su derrotero fue el de un pobre jefe de familia cuya única obsesión era la de irse del mundo al menos con la tranquilidad de que su mujer y sus hijos no quedarían desamparados. Sin embargo, a medida que su incursión en el comercio de la droga avanzó, las cosas comenzaron a cambiar, y es aquí donde está el gran mérito del show: la transformación de su héroe, que pasó de ello a villano, un malo tan malo que superó en ruindad a todos aquellos monstruos del narcotráfico que se cruzó en su maldito camino. Y no solo ello sino que también, y más extremo aún, lejos de aquellos fines solidarios, su obsesión se tiñó de egoísmo y vanidad, alimentada por el resentimiento de una vida de fracaso, y en el frenesí de su descontrolado camino en vez de llevar bienestar a su prole no hizo más que arruinar por completo y para siempre los destinos de todos los que se relacionaron con él, buena y malamente, sin distinción alguna.
La cuestión se tornó tan compleja que su propio creador, Vince Gilligan, tuvo problemas para explicarla y hasta cayó en la siguiente comparación: “Tenemos una historia con Walt. Es como si tuvieras un tío muy querido y descubrís que es pedófilo. Lo están juzgando y vos estás conflictuado. ‘¡Yo lo conocía al tipo, nunca me tocó!’ Pero igual puede haber hecho esta cosa horrible, no sabés cómo sentirte. Ese es Walter White, ese es el gancho para el espectador”.
A fin de cuentas, no hablamos de otra cosa que de moralidad. Y, al respecto de este concepto, y en verdad al respecto de todos los conceptos, siempre es bueno prestar oído a lo que Enrique Symns tiene para decir; justamente, hace días Revista 38 publicó una entrevista con el fundador de Cerdos y Peces, en las que dedicó unas palabras a la moral (“Es la más perversa de las perversiones”). Por su parte, el autor de estas líneas no duda: a favor, y perdonándole todo al inolvidable Walter “Heisenberg” White. De última, para los indecisos: no nos olvidemos que es ficción, ilusión, espejismo. Y, en ese terreno, ya lo dijo Hamlet hace más de cuatrocientos años: “He de ser cruel solo para ser bueno”.
*Ilustración por Javier Delestal (Seguilo en Facebook, Twitter, Instagram).
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