
OPINIÓN
Ayer, maldito ayer
Ayer, finalmente, luego de tanto esperar, la justicia expuso su fallo sobre los quince imputados por lo ocurrido el 30 de diciembre de 2004 en Cromañón.
Ayer, tal vez, tuvo lugar la resolución de la primera y última esperanza de alivio de los familiares de las ciento noventa y tres víctimas fatales; infinidad de abuelas, madres, hermanas, tías, primas y amigas; abuelos, padres, hermanos, tíos, primos y amigos que perdieron un ser amado hace más de cuatro años y medio y, desde entonces, mantuvieron el único espacio de ilusión de paz que les quedaba.
Ayer era el día en que la justicia haría justicia y, así, las almas torturadas que ya no están descansarían en paz y, en consecuencia, aquellas que sí están, al menos por un instante, también sentirían algo parecido al bienestar.
Ayer la justicia resolvió de modo unánime condenar a Omar Chabán a veinte años de prisión; a Diego Argarañaz, ex manager de Callejeros, y Carlos Díaz, subcomisario de la comisaría séptima a cargo en el momento de la tragedia, a dieciocho; a Fabiana Fiszbin, ex subsecretaria de Control Comunal del Gobierno de la Ciudad, y Ana María Fernández, ex directora de Fiscalización y Control, a dos; a Raúl Villarreal, mano derecha de Chabán, a uno.
Ayer la justicia absolvió a Miguel Ángel Belay, ex jefe de la comisaría séptima, y Gustavo Torres, ex director adjunto de Control Comunal de la Ciudad, y a Patricio Fontanet, Juan Carbone, Cristian Torrejón, Elio Delgado, Daniel Cardell, Eduardo Vázquez –como se sabe, integrantes de Callejeros– y Maximiliano Djerfy, ex guitarrista de la banda.
Ayer infinidad de abuelas, madres, hermanas, tías, primas y amigas; abuelos, padres, hermanos, tíos, primos y amigos recibieron el fallo con dolor, con llanto pero no de paz, sino de bronca y tristeza, de decepción y abatimiento, de injusta mala resolución de la que tal vez fue la primera y última esperanza de alivio desde que pasó lo que pasó el 30 de diciembre de 2004.
Ayer era el día en que la justicia haría justicia y, así, las almas torturadas que ya no están descansarían en paz y, en consecuencia, aquellas que sí están, al menos por un instante, también sentirían algo parecido al bienestar. Pero ese dolor y llanto demostraron que la justicia no hizo justicia, porque si acaso eso hubiese sucedido los familiares de las víctimas hubiesen sentido otra cosa muy distinta. Y nadie hubiese tenido algo que festejar, y mucho menos con papel picado.
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