Arrollador

Mientras no se hacía más que esperar que empiece el recital, se veía detrás del telón varias sombras moverse de aquí para allá, acomodando esto y aquello, ultimando detalles; algunas de esas sombras eran las de los propios músicos, tipos que acaso hagan su arte de mostrar sus sombras, sus costados oscuros, sus lados de temer.

Justamente, la tapa del último disco de O´Connor, “Naturaleza Muerta”, enseña una imagen tenebrosa: en el centro, la cara del cantante del grupo, presentada como la de un monstruo; a su izquierda la de una persona sufriendo y a su derecha la de una calavera.

Fue este álbum el protagonista del concierto de la banda el sábado, en La Trastienda; fue esa noche una nueva presentación del mismo. Fue lo oscuro, lo sombrío del ambiente, el clima. Pero lo más destacado fue lo arrollador de O´Connor; incluso tal vez se pueda decir que O´Connor es arrollador, siempre. Lo segundo es discutible; lo primero no.

En la primera parte, se escucharon algunas de las canciones de “Naturaleza Muerta” de similar estructura, “Pagando por tu actitud” y “Se parece mucho a vos”; ambas mantienen una base violenta y reposan en un estribillo de acordes. Luego, se agregaron a las flamantes composiciones temas de otrora, como el conocido “Rock del suicida”, por ejemplo.

Claudio O´Connor tuvo un problema: quería lucir su sombrero de piel y dibujo de huesos cruzados al frente, pero le era imposible puesto que ante cada revoloteo de cabeza que hacía, al compás de las melodías pesadas, el mismo se le salía y caía al piso. Por cierto, fue difícil encontrar una cabeza que no se moviera como lavarropa en alguna de las dos horas que duró el concierto.

Para lo que no tuvo conflictos el cantante fue para hacer la que parece su figura predilecta: un poco encorvado como suele estar, abre sus brazos y los levanta y contempla satisfecho lo que la música de su banda genera en el público; después, se pone derecho, corre su cabeza hacia un costado y mantiene sus brazos abiertos, como caídos, y con sus cabellos largos y su barba, así, genera el recuerdo de Cristo crucificado. “Crucifixión” podría ser un nombre para algún disco del grupo, con esa referida imagen de tapa.

O´Connor es un conjunto que no sólo muestra una estética cuidada, trabajada, sino que también presenta una poesía coherente, interesante. Se dice que en la escritura es primordial generar contrastes, para que aquello que predomine resalte aún más.

Tal vez sin querer, la banda tiene en su baterista, Pablo Naydón, ese contraste: este músico, de facha bonachona, no deja al margen nunca su mueca de sonrisa, cosa que hace pensar que era cierto aquello que se piensa de pibe, que tocar la batería es divertido, que golpear y golpear sin cesar aquí y allá y aquí otra vez y dos veces allá es un juego de los más entretenidos; riendo, incluso, Naydón hace los coros de canciones que hablan del fin de uno mismo y del fin del mundo todo, pero su risa no es de terror, como la de los personajes malos de los dibujos animados, sino de alegría por estar ahí, haciendo eso que está haciendo.

Tan arrollador fue lo de la banda que hasta “Jungla”, primer single de “Naturaleza Muerta”, en cuyo video (ver Videos Relacionados) el cantante usa una serpiente de bufanda, no mantuvo su original ritmo tranquilo sino que se presentó de un modo más potente y rápido, cosa que de hecho le sentó muy bien.

Hacia el final de la noche, el conjunto hizo uno de Hermética: “Otro día para ser”. Justamente, esa canción no sólo la escribió como de costumbre en aquella banda Ricardo Iorio sino que además él cantaba su introducción, pausada, y luego, cuando la cosa se ponía heavy, aparecía Claudio O´Connor. ¿Es descabellado creer que a través de algún tipo de conexión, en ese instante del sábado en el que Claudio O´Connor cantaba aquellos versos que escribió Iorio, ambos se unieron, conectaron de alguna forma? ¿Les importará a ellos, de cualquier forma? ¿Le importará a alguien? Sí, a alguien le importa.

Si hubiese que calificar lo ofrecido por O´Connor habría que recurrir al diez. Pero mejor, entre tanta oscuridad, sombras y música violenta y arrolladora, recurrir al contraste y calificar como lo hacía un viejo simpático, Kiko, que vivía en Floresta, era zapatero y amaba a los pájaros. El viejo Kiko, cuando algo le gustaba mucho, decía: un kilo y dos pancitos.