RESEÑAS

Amando a la guitarra

Por  | 

Desde hace algún tiempo se dice que el rock volvió a Flores. Hasta los medios mainsteam les dedican páginas al barrio al que Dolina le rinde culto en su más célebre libro. Pero esa música nunca se fue, convivió estoicamente con géneros más populacheros y jodones. Lo que sí volvió a Flores en la calurosa tarde noche del viernes fue el rocanrol de olor a porro y estómago a prueba de vino y birra caliente. El grueso del público de Gardelitos es distinto al que abarrota salas y estadios de cuanto festival se organice; son de la década anterior, reos, picantes. Es otra esa mística, está esa sensación de ghetto, de pertenencia, en contraposición al fanatismo de esta época, la del “seguidor golondrina”, que se casa con todos y con ninguno y que la temporada que viene estará en otra.

Como sea, los  Gardelitos tienen una historia pesada sobre sus espaldas y durante un tiempo, sólo tocaron temas de “Oxígeno”, editado el año pasado: su primer disco desde que Korneta Suárez –por siempre, el líder de la banda- no está entre los mortales. Los pibes y pibas, entonces, improvisan cantitos en apoyo a la banda y en homenaje al fenecido cantante.

Serían más de las nueve y media de la noche cuando por los parlantes de El Teatro sonó “El día que me quieras”, de Carlos Gardel, con ruido a púa de tocadiscos y todo. A continuación, y a todo volumen, la velocidad de “Los penitentes” inició el recital propiamente dicho. Sus compases y el estribillo estuvieron acompañados por los ohhooh-eehs de la monada, lo que le dio paso a “Sueños de metal”, aunque el primer verdadero estallido se dio recién en el tercer tema, con “Volveré en tus ojos”, un clásico de las épocas korneteras. Misma suerte contaron los otros hits de la tribu gardelita, como “Y todavía quieren más”, “Envuelto en llamas”, la “Anabel” que baila como en cadencia creedence, y “Gardeliando”, una declaración de principios bien barrial.

Más allá de estos arrebatos tribuneros, la banda suena realmente bien. Eli Suárez tiene un timbre de voz bastante particular (a veces recuerda a su viejo; otras, se acerca a Diego Frenkel), pero claramente se destaca en su labor como guitarrista. Además está muy bien acompañado por la base conformada por Horacio y Martín Alé, padre e hijo, batería y bajo, todo respectivamente. El trío se luce en zapadas que le dan un buen broche a sus redondas piezas. “Neandertal” o “América del Sur”, otro oldie, son buenos ejemplos.

Se nota cuando las bandas tocan solamente por gusto a tocar, cuando no necesitan poner una excusa para reunir a sus seguidores y hacerlos escuchar lo suyo. Los Gardeles estaban cómodos en su rol de animadores, pese a casi no dialogar con su público más que con su música. Es mejor escuchar algo como “No puedo parar mi moto” a un speech incómodo, forzado, innecesario. No vale la pena estirarla con palabras sin canción, parece.

Nada quedaba para el final, dado casi dos horas después –incluyendo un laaaaargo intervalo- del comienzo. El público, súper excitado con regalitos del tamaño de “Nadie cree en mi canción”, “Monoblock” y el definitivo “Mezclas raras”, para mandar todo al carajo. Esa es la actitud de la banda, siempre mirada de costado, con desprecio por quienes dicen tener oídos refinados. Ellos hacen la que quieren y les sale bien. Y al que no le gusta lo que ve… bueno, ya sabe lo que tiene que hacer.

1 Comentario

Tenés que estar logueado para escribir un comentario Iniciar sesión