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Acorazado Potemkin: tango que me hiciste bien
Acorazado Potemkin y Chillan las bestias compartieron la noche del jueves en Uniclub. Una noche fría y lluviosa los acompañó, como no podía ser de otra manera.
«A la siesta y al tango los vas a disfrutar de grande», nos dicen desde chicos. No sé qué implica la palabra «grande», pero estoy seguro que para muchos de los presentes, acostarse un domingo de lluvia con algún disco de Pequeña Orquesta Reincidente, Me Darás Mil Hijos o Valle de Muñecas de fondo es un lujo en vida. ¿Y el tango? Y el tango no necesariamente es un bandoneón o el baile en un salón. Acorazado Potemkin y Chillan las bestias son nuestro tango, uno de guitarras eléctricas.
Chillan las bestias es una banda multinacional, con gente de Argentina, Uruguay y Perú, pero nunca podrías adivinarlo. La banda de Pedro Dalton (Buenos Muchachos) con los ex Ángela Tullida y José Navarro en batería (Dios, Petinnato & The Pessimystics) es música nocturna desde el primer segundo. Es Nick Cave viviendo en San Telmo, es Tom Waits tomando café en San Juan y Boedo, son los Tindersticks en alguna milonga porteña. El gruñido de Dalton inunda la sala y desgarra sus cuerdas vocales hasta meter miedo. Cuarenta minutos y algunos problemas técnicos pasan muy rápido y la necesidad de escuchar más es imperiosa; un disco de ocho temas y un show cada tanto no son suficiente.
Pasan las diez y es el turno de Acorazado, ese súper grupo que sin querer serlo, lo es. Un trío donde todas las obviedades que pueden tener los tríos no existen; son un grupo de virtuosos haciendo canciones. Virtuosos en sus instrumentos, en sus letras, en su forma de pararse en el escenario. Tres personas serias con energías muy diferentes. Explota «A lo mejor» en un Uniclub repleto y uno entiende que el público pasa por un estado catártico. Tal vez el tango se entienda de grande porque se comprende de lo que habla. Tal vez porque es ese mismo sentimiento de canciones como «Pintura interior» o «Y no hace tanto». Tal vez por eso no hay adolescentes o gente demasiado joven entre los presentes. Tal vez porque la banda tiene la vida muy marcada en la piel; primero hay que saber sufrir, después amar, después partir.
De alguna manera, inconsciente, uno sabe reconocer las canciones de cada autor. Federico Ghazarossian tiene cierta urgencia punk en temas como «Disuelto» o «Sabes»; composiciones de melodías directas que ya no tienen el grito primal de los años punk, sino que han evolucionado para convertirse en interrogantes. Juan Pablo Fernández, en cambio, es más introspectivo, preguntándose sobre qué ha podido salir mal y dando vueltas sobre cosas del pasado que a uno le quedan atoradas en la garganta. Canciones como «Algo», «Gloria» y esa joya que es «La mitad», casi un pecado que no llegue a los oídos del gran público. Y que todo eso no sería nada sin el aporte de los duros golpes de Luciano Esaín y esa angustia adolescente que expresa su voz.
Y a veces existe la necesidad de potenciar lo que dice la canción con invitados como Beto Siless en «Miserere» o el Cardenal Domínguez para «Reconstrucción» . Hay gente agitando las cabezas y moviendo su cuerpo como si fuera la más densa y pesada de las bandas de metal la que estuviera tocando, pero no: a veces las palabras y tres personas son más pesadas que 100 guitarras juntas. Sino escuchen esa canción un tanto perdida llamada «Las piedras», dedicada a Mariano Ferreyra: «Siempre jugando a escaparse / Nunca lo pude abrazar / Cuando un hermano no vuelve / Hay que salir lo a buscar»; o tal vez no sea exclusivamente para él y sea para todos.
Acorazado Potemkin y Chillan las bestias no remueven el pasado para recordarlo con nostalgia, son todas personas con mas de veinte años de trayectoria en esto y al mismo tiempo son nuevas. El pasado está ahí para saber qué fue lo que se hizo. Nuestro tango no llora sobre una guitarra acústica, nuestro tango grita sobre una guitarra eléctrica. Y ese tango nos hace bien.
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