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Chris Cornell: Mugre en el Colón
El miércoles, el cantante de Soundgarden se presentó en el legendario teatro porteño con un show especial.
El Teatro Colón es un lugar único, se sabe. Cuando uno toma asiento en la sección Tertulia, Cazuela o Galería, lo primero que nota es que a simple vista no se ve el escenario. La pendiente del teatro es tan recta que uno debe inclinarse hacia adelante o pararse para ver al artista. La sección más alta, de hecho, nunca lo puede ver. Casi que podría ser la última declaración de principios para el amante de la música: ni siquiera veas lo que está en el escenario, relajate, cerrá los ojos y disfrutá de la perfecta acústica del lugar. Y de alguna manera funciona; exceptuando las plateas, el resto del teatro casi ni saca los celulares de los bolsillos. En tiempos como estos es toda una proeza.
Desde la primera canción sabemos que este es el lugar donde Chris Cornell quiere estar. Vaya uno a saber sus razones para volver con Soundgarden, pero es innegable que el formato acústico del show es el que el cantante más disfruta y en donde, hoy, cae mejor parado. Lejos de la solemnidad que puede presentar el teatro, el concierto resulta cálido y, junto a la escenografía, uno se siente como en el living de su casa.
Entre historias y un repertorio muy variado, el show pasa muy rápido. Hay canciones de su nuevo disco que ya tienen color de clásicos, como “Before we dissapear”, “Nearly forgot my broken heart”. Hay versiones de otros artistas para todos los gustos, algunas nuevas como “The times they are a changing” de Bob Dylan o “Thank You” de Led Zeppelin, que ya hizo suya. Vuelve a la época de Soundgarden, a veces manteniendo la obra original, como en “Fell on black days”, y en otras, cambia completamente, como es el caso de “Rusty Cage”. Reivindica el período de Audioslave con gemas como “Doesn´t remind me”, “Like a Stone” o “I am the highway”, recordándonos que esa banda dejó grandes canciones. Y por supuesto también hay tiempo para Temple of the dog, donde canciones como “Call me a dog” o “Hunger Strike” parecen diseñadas para este formato.
La mayor diferencia, y también mejora, con respecto a los shows que dio en el Gran Rex en 2011, es la incorporación de Bryan Gibson, un multi instrumentista que se encarga del cello, guitarras y teclados. Es así como canciones como “Black hole sun” o el cover de los Beatles, “A day in the life”, se agrandan mucho.
Pero esto no hace que cada tanto se salga del libreto. Escucha lo que la gente le grita y eso dispara historias. Para “When I’m down” elige poner un vinilo y cantar sobre la melodía para, una vez finalizado, regalarle el disco a un niño que se encuentra en primera fila y que muestra más emoción que cualquier adulto en la sala. Empieza a tocar una canción, escucha el pedido de alguien de “Be yourself” y opta por tocar ese tema. Y sí, cuando nos cansamos de estirar el cuello para ver lo que pasa, nos dejamos reposar en el asiento, cerramos la ojos, y el sonido y la música fluyen de forma maravillosa.
La discordia de dejar que artistas “populares” (como si la ópera y la música clásica no lo fueran) toquen en el Colón es tan vieja como ridícula. Existió, existe y seguirá existiendo. Seguramente habrá gente horrorizada porque un artista de la época grunge, que se rompía las cuerdas vocales tirado el suelo cantando «Jesus Christ Pose» en ropa interior, toca en su preciado teatro de categoría. Lo que no sabe esa gente es que Chris Cornell da un espectáculo musical de un nivel muy elevado. ¿No les parece el teatro adecuado para ver esa clase eventos?
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