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Maestro de ceremonias

John Zorn es un incansable del trabajo, son incontables todas sus encarnaciones: free jazz, hardcore, avant garde, música de cámara, música tradicional. Siempre impulsado por su espíritu de búsqueda y experimentación; básicamente, el enemigo de los puristas, personajes que en el jazz sobran. Pero también es un tipo que frecuenta el mundo del rock, o cierto mundo del rock, mejor dicho. Ha trabajado con Mike Patton de Faith No More y Thurstoon Moore de Sonic Youth, además de formar Naked City durante fines de los 80, donde se debatía entre el hardcore y el jazz de vanguardia.
El desembarco se da con Masada, tal vez (junto con Naked City) la formación que más éxito ha tenido. Tal vez por ser una de las más accesibles también. En Masada hay una búsqueda en la música judía tradicional, de bucear en sus raíces. Zorn es de esos profesionales obsesivos hasta el hartazgo, por lo que la banda que lo sigue no puede ser cualquier cosa. Dave Douglas, eximio trompetista que se lo ha podido ver por estas tierras con su quinteto; Greg Cohen, virtuoso en su contrabajo que ha prestado su servicio a gente como Tom Waits, David Byrne y Ornette Coleman, por ejemplo; y Joey Baron en batería, casi un Kenny Aranoff del jazz: versátil pero se nota que en el fondo solo quiere darle duro a los parches.
Desde el comienzo la personalidad de Zorn sale a flote; está en todos los detalles. Luego del primer tema es él mismo quien se encarga de echar a los fotógrafos, no sin antes haber pedido que saquen sin flash y sin ruido. Detalles de los maniaticos creativos y que se sucederán durante toda la noche. Aunque Masada sea un dream team del jazz, se sabe quién es el jefe. Hay momentos donde Zorn toca con una mano y con la otra va dirigiendo, sobre todos en los tiempos de corte de Joey Baron, que no le saca los ojos de encima. Creanmé, seguir a este tipo no es cosa sencilla.
Aunque Masada vaya por senderos tradicionales, el alma avant garde de John deforma todo. Hay momentos de ruido, a veces simulando animales, haciendo un movimiento digno de Ian Anderson de Jethro Tull, donde tapona su instrumento para lograr sonidos o agudos sostenidos imposibles que hacen preguntar cómo está tocando lo que está tocando.
El saxofonista se apoya mucho sobre la base de Baron y Cohen, dejándolos fluir y que al mismo tiempo lo inspiren a él y se cebe para salir con algo improvisado. Históricamente se dice que el jazz es un género donde los músicos disfrutan más que su público. Eso depende de cada uno, pero en este grupo realmente se nota. En otros músicos este formato y esta música sería hasta estresante.
Canciones como Sippur o Beeroth pueden ser reconocidas al principio pero en el medio puede pasar de todo. Lo destacable es el respeto de los presentes, en silencio en los momentos que así lo requieren. Y cuando hay muestras de cariño, Zorn las devuelve agarrándose la entrepierna. Si tomamos en cuenta sus pantalones camuflados también debemos pensar en cierta influencia hip hopera en el muchacho. Mucha Nueva York.
Buenos Aires es una plaza fuerte para el jazz. La visita de John Zorn era una deuda pendiente. Esperemos que este sea solo el puntapié para ver varias de las facetas del artista.
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