RESEÑAS
Personal Fest: día 2

El último día del Personal Fest tuvo la virtud de juntar polos opuestos dentro de la música. De un lado del ring, Calle 13, con el apoyo moral de Damian Marley y Soja. La voz del pueblo, la última sensación. Chicos y chicas que quieren divertirse; música pop de raíces caribeñas para que las chicas muestren sus dotes y los chicos salten barreras y se dejen llevar por el ritual del baile. La fiesta de locos.
Del otro lado del ring está Sonic Youth, con el respaldo de The Kills y Massacre a lo lejos. La voz de los eternos freaks; los que no bailan, los que no encajan. Cortes de pelo extraños, tatuajes visibles perjudiciales para el mundo laboral y remeras de bandas impronunciables. Acá no queremos baile ni sonidos caribeños; queremos ruido y salir con los oídos sangrando.
El primer round es entre SOJA y The Kills: Jamaica y el sol por un lado; Nueva York, Londres y la noche por el otro. SOJA (Soldiers of Jah Army) es una de las últimas revoluciones del reggae. No inventaron nada pero los que saben dicen que saben. Lo mismo de The Kills: sensación del indie mundial; ruido, guitarras estridentes y gritos. Dicen los que saben que los Kills saben. Pero ambas bandas, transcurrido el show, sufren el eterno síndrome de tener un propuesta limitada y monótona por momentos.
La sexta o séptima versión de INXS llega como mediadora del asunto; esta vez con nuevo vocalista después de despedir a JD Fortune, que había entrado a la banda luego de ganar un reality. Despliegan impecablemente su arsenal de hits; las miradas están en el nuevo vocalista Ciaran Gribbin, que apenas va por el segundo show con la banda. Se lo ve cómodo en su papel, cumple, pero le falta el carisma del frontman. De todas maneras no duda en tirarse a la gente y cantar entre el público cuando lo cree necesario.
Un repertorio de grandes éxitos, dijimos. Todos de la época de cuando cantaba Hutchence, claro está: “Bitter Tears”, “Suicide Blonde”, “Not enough time”, nuevos arreglos en algunas como “Original sin” o completas reversiones como en “Beautiful girl” y “Don’t change”.
Los fans de la banda se hacen escuchar durante todo el show pero los músicos terminan enganchando a todos para el final con “Need you tonight”, “New sensation” y “Never tear us apart” en una buena interpretación del vocalista.
Pero calma pueblo que ya llega Calle 13, la banda que cancela shows en Comodoro Rivadavia por los precios elevados de las entradas pero después toca en un festival con un vip de 500 pesos. Igual los bancamos, muchachos; lo que vale es la intención. Con un repertorio casi calcado de sus presentaciones en el Luna Park, los boricuas hacen lo que mejor saben hacer: mover a las masas. No es una batucada de fondo con alguien rapeando encima; a esta altura Calle 13 tiene de reggaetón lo que Misfits de Alejandro Lerner. Es una banda completa: vientos, percusiones, programaciones, todos los lujos. Y se despachan a diestra y siniestra por todos los ritmos. Curiosamente, René, la figura más carismática, es el punto más flojo de la banda. No nació para cantar, por eso rapea. Y su pluma no es muy elevada que digamos. Pero eso es lo que a la gente le gusta. Aunque es frustrante ver como el muchacho se gasta en dar un mensaje y un discurso y las chicas solo quieren que se saque la remera. Hay algo que no cuaja. Más allá de contradicciones, seamos honestos; desde los Clash hasta RATM todos las tienen, hay que valorar que los tipos se animen a decir cosas que otros, teniendo la oportunidad, no lo hacen.
Como detalle del show está la invitación a Pedro Aznar a cantar en “Latinoamérica” Y, una vez más, exceder los tiempos establecidos para su show extendiéndose por más de veinte minutos. Catupecu Machu ya fue víctima de esto. Yo sé que una vez ahí arriba uno no quiere que lo anden apurando pero, René, Sonic Youthviene cada muerte de obispo y esta puede ser la última. A vos en tres meses te veo seguro.
Así que finalmente del otro lado del ring, desde la Nueva York más sucia, llega Sonic Youth, personas que no entienden de camisetas argentinas, ni de baile, ni de demagogias. Treinta años de carrera sin venderse ni siquiera una vez. La expectativa era mucha, no solo porque la primera y única visita había sucedido hace diez años, sino porque la leyenda se acrecentó. Y también el detalle de que el matrimonio de Kim Gordon y Thurtston Moore llegó a su fin después de 27 años, por lo que el futuro de la banda es incierto.
Todavía son esa banda que desencaja, ya sea por esas zapadas eternas de cuelgues y pasajes sonoros hasta la explosión de la capa de ruido que sale por los parlantes. Acá la consigna es atacar a los instrumentos, declararles la guerra. Nada de estribillos memorables, de melodías coreables. Solo ruido.
Si la consigna de unos era empapar de buena onda al público, la misión de los otros es destilar mala onda: canciones mala onda, sonido mala onda, distorsiones mala onda. Nada de complacencias. La banda elige un repertorio anti festival. Canciones viejas, ruidosas, olvidadas. Ningún hit; para eso están los discos. Empiezan las canciones como una banda de rock alternativa y las terminan como una gran zapada de free jazz. Destrozando las guitarras, ya sea con un arco o con el ventilador del escenario. Todo sirve. “Cros The Breeze” o “Death Valley 69” funcionan como claros ejemplos.
Ninguno de los integrantes cruza palabra. Apenas unos saludos al público, el agradecemiento por haberse quedado hasta tarde haciendo el aguante y la dedicatoria de “Tom Violence” y los chicos matándose en el mosh pit.
Los papeles están distribuidos: Thurston Moore actúa como guitarrista rítmico, aunque su acercamiento a las seis cuerdas es más punk. Su trabajo pasa por tocar a tal velocidad y volumen que genera un feedback que hace escuchar instrumentos que no están. Lee Renaldo usa su instrumento de forma más experimental, explotando las posibilidades sonoras y usando elementos externos para generas paisajes sonoros. Esto en los momentos más calmos; en los más furiosos se complementa con Moore generado una retroalimentación general. Se podría decir que es casi ro
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