RESEÑAS

Personal Fest: día 1

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Nuevo fin de año, nueva edición del Personal Fest, festival que año a año intenta lograr una mezcla interesante de bandas, donde se apuesta más por grillas con artistas relativamente nuevos en vez de los dinosaurios de siempre, tanto internacionales como locales.

La lluvia arremete desde temprano cuando White Lies toma el escenario. Herederos de Joy Division (otro más, y van…), en Europa han logrado hacerse camino hasta llegar a ser cabeza de cartel, formando tal vez una trilogía de bandas junto a Interpol y The National. La intensa precipitación hace que el poco público esté más preocupado en buscar refugio de la tormenta que en prestarle atención a lo que pasa en el escenario. Cabe aclarar que la música sombría y cinemática de la banda acompañaba al ambiente que se vivía en ese momento. Pero la suma de poca gente en ese momento + el horario temprano en la grilla + las malas condiciones climáticas hizo que no se disfrute de su música en su totalidad. Ya habrá revancha.

Goldfrapp vino a ponerle un poco de glamour a la cosa cuando caía la noche, cada vez más metidos en la pista de baile que en la idea de hacerte viajar. Si bien escuchando los discos a uno le puede dar la sensación de ser una banda fría para el show, en realidad es todo lo contrario. Alison Goldfrapp, vestida de pies a cabeza con una especia de sobretodo con flecos metalizados, era extravagante antes que Lady Gaga, cabe decir.

El show se apreciaría más en un lugar cerrado, pero el excelente sonido, claro y fuerte durante toda la jornada, y el juego de luces te acercan mucho más a la banda. El show se basa en los mejores momentos de discos como Head First o Supernature, dejando los hits para la segunda parte del show; Ride a white horse, Oh la la, Strict Machine, las canciones preferidas de cierta bebida alcohólica para musicalizar sus publicidades.

Combinando cierto espíritu chic y sonidos electros de los 80 y 90 con cierta modernidad, el show de Goldfrapp rápidamente se posiciona como uno de los más interesantes del festival.

Pero la mayoría de los presentes que estaban ahí se dividen entre las dos bandas más convocantes de la noche. Primero Beady Eye, o la última versión de Oasis sin Noel Gallagher, su principal compositor. Liam Gallagher, así como figura arrogante que es, no reniega de las influencias que lo marcaron: Beatles, Stones, el swinging London de los 60. El tipo vive feliz con eso y no va a cambiar. Por eso pone I am the resurection de Stone Roses como música de entrada; el tema culpable de casi toda la música inglesa de los 90, cabe decir.

¿Y a qué suena Beady Eye? A un rejunte de influencias; como un Oasis más retro. Lo meritorio e irónico del combo es plantarse como una banda nueva; Liam toma un papel de humildad decidiendo no tocar canciones de su ex banda, queriendo demostrar que esta es otra cosa, y al mismo tiempo es un arrogante que no toca ningún tema de su ex banda porque estas están a la altura de las viejas canciones. Haga lo que haga se lo va a criticar. Las canciones están bien, pero no más que eso. Falta la magia que tienen las otras. Y Liam no es compositor, o por lo menos no es tan bueno como su hermano. El setlist no está debidamente ordenado. Empieza bien con lo más atractivo del disco: Four letter word, Millonaire, The Roller, etc… Y poco a poco se va apagando.

Gallagher parece estar cómodo en esta nueva etapa; se lo ve menos rezongón y más en contacto con el público, agradeciendo los jugadores de fútbol que les enviamos, arengando a la gente que no está en el maldito campo vip y hasta mostrándose con una bandera argentina.

Habrá que esperar para saber qué será del futuro de la banda. No es que vayan a revolucionar la música; lo único que podemos pedirles es que compongan buenas canciones.

The Strokes ya no es esa promesa que nos visitó allá por 2005. Esa también noche lluviosa mostraba una banda todavía nueva, con solo dos discos en su haber, que se sumaba a la moda de las bandas guitarreras del momento. Y mientras la mayoría de esos grupos se van apagando o desapareciendo, ellos afirman cada vez más su lugar; tomándose su tiempo entre lanzamientos.  Como resultado tenemos canciones más cercanas a la pista de baile que al rock de garage. Pero cuando el show arranca con New York City Cops decididamente uno sabe que el lugar de la banda es el garaje; es el rock and roll básico donde se siente más cómoda en el vivo, por más que no lo demuestren. Mantienen una pose que los hace una banda cool, de chicas, pero también para el rockero clásico. Hay remeras de los Ramones por todo el predio, y no de las que se compran en el shopping. Porque cuando la banda toca no puede esconder de dónde viene. De Nueva York, de los Ramones, de Lou Reed. Uno no puede esconder su ADN.

Son fríos, sí. De la clase “tocamos sin despeinarnos mucho y así como estamos vamos para el bar”. Pero no podemos criticarlos porque suenan realmente bien; las canciones suenan igual a las escuchadas en los discos. Julian Casablancas en buen estado se anima a gritar un poco y se sorprende cuando el público corea los solos de guitara de Albert Hammond Jr. diciendo que jamás se olvidará de ese momento.

Hay momentos de comunión entre el público como en Reptilia, pero en general se notan las diferencias entre quienes están por los primeros discos y quienes por el último. En general la lista apuesta por el riff y la canción, por un espíritu rockero de palo y a la bolsa, sin tanta experimentación. Los únicos momentos que bajan un poco se dan con Gratisfaction y Automatic stop para luego desatar la locura con Juicebox y Last Nite, canción que sigue sonando fresca después de haber cumplido diez años.

Los temas finales son con los que se podría resumir a la banda: un fenómeno difícil de e

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