OPINIÓN

Anarquía, paz y Mercedes Benz

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El paso del tiempo modifica las cosas, para siempre. Se comprueba en las calles donde jugábamos de pibes, en las que, donde había casas, ahora hay edificios y donde había chicos y chicas jugando a la escondida ahora sólo hay autos; los nenes juegan, pero en sus piezas y a los videojuegos. Y las viejas que tomaban mate, silla al lado de la puerta, no están sino bajo tierra. Así es el devenir y eso hace con todo; lo altera o lo borra.

A las personas no sólo les crecen pelos en zonas insólitas o se les agrandan algunas partes o les salen arrugas aquí y allá o se les apaga el brillo de los ojos; el correr de los años cambia el modo de ver las cosas para las gentes; modifica deseos y objetivos. Hay un dibujo que, como toda imagen, lo explica mejor que las palabras: para los veinte años, el símbolo de la anarquía; para los treinta, el de la paz; para los cuarenta, el de Mercedes Benz.

Habría que idear una imagen similar, pero para graficar cómo esas edades nos ponen en determinado lugar en un recital. A los veinte, ahí delante de todo, en el medio del pogo incesante durante todo el concierto, retirándonos del lugar en cueros y sudados como si hubiésemos corrido una maratón de cuarenta y dos kilómetros, buscando dónde seguiremos de fiesta. A los treinta, atrás, cerca de la barra; vaso de birra en una mano, pucho en la otra, retirándonos del lugar pensando adónde iremos a cenar. A los cuarenta, arriba, en la platea; ya no de pie sino sentados, y vestidos con una prolijidad que no va con el ambiente, retirándonos rápido para volver con la familia.

Desde una etapa en particular no se comprende a la otra; el de veinte ve al de cuarenta como un amargo y el de cuarenta ve al de veinte como un loco. Unos y otros no se dan cuenta que fueron o serán eso que no entienden; el de veinte será como el de cuarenta, cuando llegue a esa suma de años. Y viceversa. En la primera de las décadas, la banda es la mejor del mundo y el recital fue el más potente de todos; en la segunda, hubo varios pifies y desde tal lugar el sonido no llegaba claro. Cambian las exigencias, también. Y la cantidad y el color de pelo: de largo y oscuro, a corto y negro con hilos blancos.

Suele suceder que la gente grande se pone incómoda y molesta cuando un grupo de jóvenes arremete en el lugar donde se encuentran. En un colectivo, por ejemplo; todos los adultos resignados piensan en sus problemas, cuando de repente irrumpen diez chicos y chicas recién salidos de la escuela, gritándose, cargándose, empujándose, riéndose, cantando. Y los adultos rechinan dientes y resoplan, molestos ante el escándalo. Deberían, más bien, aprovechar el suceso para recordarse con una sonrisa y mejorar así su marchito día.

Quien escribe estas líneas llegó a esa década en la que se ubica detrás de todos y cerca de la barra; vaso de birra en una mano, pucho en la otra. De vez en cuando mira hacia arriba y sonríe a ese cuarentón que, desde la platea, disfruta con tranquilidad. “Nos vemos en diez años”, parece decirle. De vez en cuando levanta el cogote y ve a los pibes que saltan y se atropellan unos contra otros, peleándose por ser el que está más cerca del cantante, y sonríe. Y, muy de vez en cuando, una banda toca esa canción, esa y no otra, que lo mueve de tal forma que toma valor y hace un viaje al pasado, abriendo paso entre los treintañeros y mandándose al pogo. Y pensando que los de la platea son unos amargos. Porque esa canción, como el rock, rejuvenece. ¿Y vos, dónde estás ahora?

Redacción ElAcople.com

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