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Suárez: la punta del iceberg

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No fue hasta el estreno de “Entre dos luces”, film documental que recopila los primeros años de Suárez, dirigido por el guitarrista de Valle de Muñecas, Fernando Blanco, en el último Festival de Cine de Mar del Plata que la vuelta tomó consistencia. Y al igual que durante los ’90, dando cada paso contra la corriente, siendo vanguardia, la banda liderada por Rosario Bléfari se presentó en el C. C. Konex por única vez en Buenos Aires luego de un silencio de 15 años.

La opción de un hipotético regreso de Suárez siempre pendió de un hilo. Que no, que sí, que ya fue. Las expectativas eran realmente enormes. Si bien en los últimos años se consolidó una suerte de revival en la escena local (IKV, Los Brujos, Peligrosos Gorriones, Avant Press, etcétera), el regreso de Bléfari, Suárez, Fosser, Córdoba y Zanelli es una rara avis. No sólo por lo que significa que la banda vuelva a tocar, sino por el conglomerado espontáneo que se acercó al espacio ubicado en Sarmiento 3131. Había por lo menos tres generaciones expectantes al tan esperado regreso.

Se acercaba el momento y la sensación era que no importaba mucho si iban a enfocarse en el repertorio de sus primeros dos álbumes, “Hora de no ver” (1994) y “Horrible” (1995), o si iban a navegar por toda su discografía. En efecto, abrieron con “Tarde de cansancio” de “Excursiones” (1999), su última y más conocida placa. Luego de los primeros inagotables aplausos de la jornada, siguieron “Prueba de valor”, donde aparecieron los primeros mosh, y “Falso ladrido”, con Rosario tocando el clavicordio.

Comenzó a sonar “Mañana”, con el tándem corrosivo de guitarras de Zanelli y Córdoba. Se denotaba ensayo en cada acorde, en cada golpe de batería. Desde abajo uno sentía la comodidad y armonía de los músicos. Se miraban y tocaban como si lo hubiesen hecho todas las semanas de la última década. “Brilla”, track editado en el compilado en cassette “Ruido” (1993) junto con “Saludos en la nieve” enarbolaron un aura de oscuridad que abrazó al reducto por completo. Luego hasta se dieron el gusto de tocar la amorfa “Porvenir”, de “Galope” (1997).

Quizá el tramo más ruidoso de la noche se dio con “Guantes de piel”, “Nuestro amigo asiático” y “Susme”, tracks que posteriormente le valieron el paralelismo por parte de la prensa nombrándolos los Sonic Youth argentinos. Hasta ese momento, la comunicación era nula. Simplemente porque no hizo falta. Todo lo que los Suárez tenían que decir, lo dijeron vomitando canciones, una detrás de la otra.

Bléfari se cambió de vestuario mientras las luces se atenuaban y el resto de la banda improvisaba algo que flotaba entre el shoegaze y el kraut. De ese menjunje salió “Dos luces”, canción que facilitó el nombre del documental de Blanco.

Y el final se acercaba. Se sintió como una revancha, para aquellos que los vivieron en los ’90 y se toparon con un final abrupto, y también para los que llegamos después y entendimos que toda la escena posterior, de alguna u otra manera, mamó de Suárez. Tocaron “El ídolo”, “La distancia” y “Excursiones”, una de las canciones más celebradas. Rosario agradeció al público por la presencia y ésas fueron las únicas palabras del emotivo regreso. A los demás, bastaba con verles la sonrisa tatuada.

El último tramo, con bises incluido, se dio con “En la bicicleta”, pegada a “Asesina”, “Río Paraná” y “Estrella solitaria”. Cerraron con “Camión regador“, coronando así un recital impecable, que probablemente se posicione como uno de los mejores del año a pesar de los pocos meses tachados en el calendario.

Suárez fue caos y creación y devino en culto y legado. Inventaron una escena sin siquiera saberlo, rompieron los estándares establecidos y se volcaron a la autogestión creando su propio sello. Implementaron el ABC de ser independiente, cuestión que hoy es moneda corriente, pero en plena época menemista no existía. Fueron el bastión de una generación que los prosiguió, sin haberlo generado adrede. Suárez, sin lugar a dudas, fue la punta del iceberg.

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