OPINIÓN

Desde lejos no se ve

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La batalla contra los poderosos se pierde en ese momento en que uno no se da cuenta que está siendo derrotado, cuando el golpe del brazo que somete desde las alturas no se advierte, no se ve. Es ese entonces en que es natural que las cosas sean como son, es normal que dos más dos sea cinco; uno ni siquiera se plantea la posibilidad de una rareza, una injusticia, porque todo funciona según la lógica de la cotidianeidad, porque todo está bien, porque todo es como debe ser, como es.

Hubo un día en que las entradas para los recitales del rock comenzaron a tener un cargo extra: el service charge. Así, un ticket que antes salía $50 pasó a costar $55. A los rockeros, por supuesto, no nos gustó esa modificación y protestamos, pero entre nosotros, resignadamente. Como un vecino cuando suben las expensas, que insulta al aire, junta furia, se envalentona con sus pares de piso y promete impedirlo ante el consorcio y quien sea, pero con un ímpetu tan fugaz como ráfaga veraniega, con aire restante para pagar el aumento y hasta hacerlo con cambio, puntualmente, con gran cordialidad y humor. El tiempo pasó, los años corrieron y hoy es parte de la normalidad, como que el sol saldrá mañana, que las entradas vengan con service charge. Una batalla perdida.

Ahora, sin comprender, con indignación, debemos elegir entre Campo, Campo VIP, Campo VIP Plus y Campo VIP Gold para ir a un recital. Al parecer, nos enteramos, se trata de una costumbre de otro palo, como de los conciertos de Luis Miguel, en los que las cosas se estructuran cual teatro por diferentes filas, agrupadas por distancia del escenario. Y está tan fuera de la naturaleza rock todo esto que resulta ilógico no protestar, no detectar que es incorrecto, que es anormal, que es injusto.

Por ejemplo, en la última edición del Quilmes Rock se nos provocó por demás, no sólo burlándose del público en las publicidades sino también imponiendo el Campo VIP, por caso en un show de Ciro y Los Persas. Fue tan decepcionante tener una entrada al Campo como siempre y encontrarse con que si tenías ganas de estar cerca del escenario no podrías hacerlo porque no eras VIP; tan frustrante, duro, humillante tener que disfrutar todo como desde lejos. Y se sabe, aunque no lo haya recordado el cantante aquella noche: desde lejos no se ve.

Es tan lógico que los poderosos quieran implementar esto, para ganar más dinero, como que nosotros lo rechacemos; pero ya no sólo por plata, como con la batalla perdida del service charge, sino por defender nuestro territorio: el Campo.

Ustedes deciden días, horarios, precios, ilógicas bandas soportes (como mezclar a León Gieco con Metallica). Pero en el Campo decidimos nosotros; ahí nos quedamos atrás, sentados en ronda fumando porro, o nos vamos adelante y nos pegamos patadas y codazos. O más adelante aún, apretujados contra la valla, contándole los cabellos al cantante y memorizando dónde pone cada dedo el guitarrista en ese solo. Las barreras del Campo ya existen y las marcamos nosotros, con nuestras ganas, con nuestro humor. Les dejamos las plateas si quieren; de hecho, esas ya son suyas, desde siempre.

Redacción ElAcople.com

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