RESEÑAS
Radio Páez

Un show de Fito Páez, un sábado a la noche, en GEBA, no puede ser otra cosa más que una celebración ATP: parejas, familias, grupos de amigos, gente sola, niños y niñas. Acorde a la convocatoria, el incomprensible campo VIP con sillas (que no lo inventó ni Fito ni los productores de su espectáculo) que separa cada vez más al artista de quienes sólo pueden comprar los tickets más baratos. Como sea, todas las localidades estaban bien llenas.
Sin embargo, la previa al comienzo mostraba poco de recital de rock. No hubo de esa ansiedad típica en el público, que muere porque salga el artista que fue a ver. Entonces, mientras cada uno estaba en la suya (un ejemplo: minutos antes de que se apagaran las luces, la fila del puesto de puesto de comidas era bastante larga), el guitarrista Dizzy Espeche salió con un punteo digno de guitar-hero para arrancar “Confiá”, el tema, mientras el resto de la banda, incluido Páez, se iba acomodando en sus lugares.
¿Se acuerdan cuando la música de los shows grandes sonaba a un volumen tal que impedía mantener una conversación con el de al lado? No fue hace mucho; pero hoy ya es estándar el sonido a un nivel moderado por demás. Al menos la banda sonó bien (rockera y desprolija cuando se necesitó; armónica y sutil en las baladas) y Fito tuvo una performance vocal muy destacada, algo que no siempre se le reconoce: al contrario, siempre le dijeron que canta desafinado. Pero es su inconfundible manera de entonar (además del repertorio) lo que llena estadios y teatros, además de distinguirlo hoy, con casi 30 años de carrera solista.
Sin descuidar que la consigna del espectáculo era despedir su último disco (del que tocó media docena de temas, incluyendo el corte “Tiempo al tiempo”), el resto fue un buen resumen de su carrera. Hubo algún que otro oldie (“El chico de la tapa”, “Polaroid de locura ordinaria”), tapados de sus discos menos escuchados (“Buena estrella”, de “Abre”; “Naturaleza sangre” de… “Naturaleza sangre”) y todos esos hits de la radio, del walkman, del boliche, de la tele: “Llueve sobre mojado”, “11 y 6”, “El diablo en tu corazón”, “Al lado del camino”, “Tema de Piluso”, “Circo beat”.
Aparte, “El amor después del amor”, que, bueno, ¿qué se puede decir hoy de ese disco? A la hora de recrear el tema homónimo, convocó a Claudia Puyó para los coros; en “Un vestido y un amor” lo tuvo a Leo Sujatovich tras el piano (juntos están gestando un futuro álbum); y “Pétalo de sal” y “La rueda mágica”, aunque sin invitados, sonaron tan lindas como siempre.
A su tiempo, se hizo un espacio para homenajear a Gustavo Cerati (con una versión de “Puente”) y a Litto Nebbia, a quien invitó a tocar su “Sólo se trata de vivir”. Así, Páez tuvo un mano a mano con uno de sus maestros, de quienes aprendió a hacer canciones populares como casi todas las que sonaron y como las que se guardó para el final: “Ciudad de pobres corazones” (mucha distorsión a cargo de Gabriel Carámbula), “Brillante sobre el mic”, “A rodar mi vida” y “Mariposa technicolor. Con bombas de papelitos explotando desde el escenario, tuvo un final fácil, de taquito y con color, para cerrar una etapa y comenzar la próxima.
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