RESEÑAS

Esa mujer

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¿Qué vino primero, el verano o las canciones acerca del mismo? Es cierto: el dilema que dispara la pregunta no es tan intrincado como el del huevo o la gallina, puesto que el verano tiene otros sustentos a favor que fundamentan su aparente autosuficiencia: playa, sol, amores pasajeros, vacaciones, minitas y otros tantos lugares comunes típicos de publicidad de bronceador. Pero este sábado, Mimí Maura demostró que, siempre que se haga con la voz y el puñado de canciones adecuados, todo aquello a lo que evoca la palabra “verano” bien puede ser recreado en cualquier lugar.

El sol se hizo alrededor de las diez y media de la noche, casi dos horas más tarde de lo anunciado. Apenas la banda empezó a rasgar los primeros acordes de Misterio, la anfitriona salió al escenario ostentando un vestido negro que  rompía como el oleaje contra su cuerpo al ritmo de sus movimientos hipnóticos. A “Misterio”le siguió “Garden of life” (cover de Lee Perry perteneciente al disco “63-68-74”) enganchado con el cuasi hit No, no, no.

Si bien es cierto que la voz de Mimí Acevedo sonaría bien hasta acompañada por una orquesta de vuvuzelas, el resto de la banda se desenvuelve con la precisión de un reloj suizo y construye sólidos puentes musicales sobre los cuales el cautivante y soulero canto de la puertorriqueña viaja cómodamente a Jamaica con Adiós a los tiemposy “La huella”. Tanto por la experiencia otorgada por sus carreras de ya largo kilometraje como por el carisma que despliegan en el escenario, se trata de un verdadero súper grupo del ritmo centroamericano: junto con el de Sergio Rotman (compañero de vida de Acevedo, saxofonista, ocasional guitarrista y eterno arengador de públicos), entre los nombres que completan la escolta de Mimí sobresalen el de Hugo Lobo en trompeta y Fernando Ricciardi en batería. Todos pertenecientes a esa suerte de colectivo artístico que se formó en torno a Los Fabulosos Cadillacs, Cienfuegos y Dancing Mood, y del que hoy también se desprende El Siempreterno.

Promediando el show, llegaron más covers: “So little time”, de Diana Dors, tema que alguna vez también fue versionado por Morrissey; “Olas y arena”, de Sylvia Rexach; y una versión de “Siguiendo la luna” que dio la impresión de que esa canción fue inicialmente compuesta para ser apropiada por esa mujer en ese momento, y que despertó una ovación general acompañada por los piropos de los pocos solteros presentes. Es entendible la hegemonía de parejitas felices que había en el público: el cóctel de simpatía caribeña y sensualidad que ofrece Mimí enamora. Y se esparce. Lo mismo sucede con sus letras, donde cohabitan el amor y el desamor en dosis exactas, impregnados por cierto dejo de existencialismo melancólico, pero sin alejar al público de su búsqueda elemental: divertirse.

Sin embargo, lo que Mimí canta suena genuino, no desborda en cursilería ni cae en la repetición de fórmulas y slogans políticos desfasados, como sucede con otras bandas de reggae del espectro nacional que están más por pose que por postura. Esa cálida y sincera simpleza materializa su capacidad de contagio en el empeño que ponía el público para corear cada palabra que salía de la boca de la cantante, especialmente durante los tres últimos temas previos a los bises: la vedette radial Yo no lloro más, “Don’t stay away” y “Dulces sueños”.

Finalmente, luego de un breve receso, músicos y vocalista le pusieron punto final al recital y a su año 2010 con El día de mi suerte. La temporada estival de poco más de un hora y media en la que esa mujer había sumergido a su público con la batuta de su garganta había encontrado su marzo y llegado a su fin. Será hasta el verano que viene.

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