RESEÑAS

¿Y dónde está el rolinga?

Por  | 

Supongamos que es sábado, la noche es agradable, y hay un recital en un lugar que suena bien, es cómodo, tiene barra y se puede llegar casi desde cualquier rincón de la ciudad. Supongamos, también, que la banda central de la noche sea una de las más populares de su escena. Y supongamos, finalmente, que el líder algo especial de esa banda, tenga una chapa formada a fuerza de casi mil shows encima, la cual sea la garantía que asegure un rotundo éxito sobre el escenario, un número digno de ser apreciado por las masas.

Más allá de los gustos, habrá que buscar en el mundo de lo real y no en las suposiciones una explicación que se corresponda con los vacíos que ocuparon más espacio que las personas en el piso del Teatro Flores, el sábado por la noche. Veamos, entonces: 40 pesos (sumándole 5, que es el costo de ser anticipado; algo que las empresas de espectáculos llaman “service charge”) costaba el ticket para ver a Hijos del Oeste, junto con el trío que los secundó: Barrios Bajos, El Limbo y La Trifulca. Por otro lado, el mencionado expendio de bebidas no era prohibitivo, pero sí difícil: una cerveza de litro se intercambiaba por uno con la cara de Juan Manuel de Rosas. O dos de Belgrano, según el cambio.

Aunque los festivales de rock hayan borrado límites de pertenencia –hoy en día, cualquiera va a cualquier recital, es así-, y sin intenciones de hacer sociología barata ni sonar sectarios, es sabido de qué clase social proviene el grueso del público que durante años le dio cabida a bandas de rock como la de Toti Iglesias o los que acompañaron la fecha. Y posiblemente, no todos los pibes y pibas que sigan habitualmente a los del Oeste, se hayan podido costear esta movida.

En una entrevista que Toti le concedió a este medio, hace más de un año, dijo sobre el aumento de precios en el rock: “Lo malo de esto es que hay una clase social que queda afuera del rock; hay gente que no puede pagar todos los fines de semana o dos días seguidos esa plata; hay bandas que ya lo empezaron a sentir en su convocatoria”. Sus propias palabras, entonces, se aplican a la situación.

Una teoría más arriesgada, sin ningún fundamento más que una gran especulación, sería decir que muchos se cansaron de escuchar siempre los mismos acordes y cambiaron los discos que tenían por otros menos rudimentarios. Pensándolo así, ¿será este el fin del auge stone, el ritmo que lideró buena parte de las últimas dos décadas? Mejor no lo digamos.

Volvamos al sábado, a los que finalmente pudieron estar ahí: una mezcla entre rolingas old school (muy pocos); minas bien producidas (¿novias de algún músico? Eran pocas, también); neo rockers de ambos sexos, educados con los esloganes festivaleros de cervezas y gaseosas, vestidos a uniforme reglamentario de jean-remera-y-mochila-de-grupo-del-palo (la mayoría). Todos esperando el milagro.

Luego de un set con más actitud que virtud, Barrios Bajos se despidió y le dejó su lugar a Toti, que junto a su nueva banda, abrió con un tema de sus ex Jóvenes Pordioseros: “105 y 3”, para recordar con nostalgia más de un verano gesellino. Sin mediar palabras, las canciones se sucedieron entre las firmadas por los Pordioseros (“Probame”, “Descontrolado”, “Hombre rocanrol”, “Hijo del Oeste”) y las que componen Estalla, primer disco del actual proyecto de Iglesias. En este renglón, se anotan como destacadas la punkrockeada versión de “¿Y cómo es el?” –original de José Luis Perales– y “100% pordiosero”, esa en la que manda a chuparse “una pija” a sus detractores.

Durante el recital, en la pantalla de video, se veía cómo el logo de los Jóvenes –la JP- mutaba en la tipografía de Hijos del Oeste. Una transición natural, que hacía juego con la lista de temas, y que afirma que esto es lo mismo y es igual. Si seguirá así, no lo sabemos. Si los seguirán acompañando, tampoco. Pero puede que todo termine en cualquier momento.

Tenés que estar logueado para escribir un comentario Iniciar sesión