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Queens of the Stone Age: droga
A sólo un año y medio de su última visita, Queens of the Stone Age demolió un Luna Park repleto.
El show va llegando a su final. “Better living through chemistry” se convierte en zapada furibunda. Hablando de química, vaya si la hay en este escenario. Los cincos músicos, con Homme en el centro, terminan apenas a un metro de distancia, machacando sus instrumentos, precisa y avasallantemente. Nuestro pecho tiembla, pero no es nuestro corazón, es la potencia de la música. Esto era estar vivo.
Pero la noche comenzaría un par de horas antes con Alain Johannes, multi-instrumentista y eterno colaborar de QOTSA, un verdadero telonero de lujo. Sólo con mandolina, electroacústica y una copa de vino deslumbró a los ansiosos espectadores. Sonaron algunos temas de las Desert Sessions (proyecto que Homme liderara junto a músicos como Chris Cornell y Mark Lanegan, entre otros) y también composiciones propias. El gran interrogante que nos deja el chileno es cuántos dedos tiene en sus manos. Su virtuosismo impactó de manera tal que el público escuchó atento y aplaudió con respeto.
“Spiders and vinegaroons” suena mientras Queens of the Stone Age entra en escena, como si ingresaran amablemente al living de su casa. Jon Theodore comienza a golpear su batería (preciso e incansable durante toda la noche) y “You think I ain’t worth a dollar, but I feel like a millionare” nos atropella como un Scania a cien kilómetros por hora. “No one knows” y “My god is the sun”, corte de su último disco, triplican la apuesta.
Comienza a sonar el riff de “Burn the witch” tímidamente y el público corea el punteo. “You’re fucking beautiful”, responde Josh Homme entre sorprendido y maravillado por la pasión argentina. “Like clockwork” domina el setlist en donde destaca “Kalopsia” , o “a love song”, como la introdujo el propio Homme. Asombra la capacidad con la que pasan de la calma a una tormenta de guitarras en apenas segundos. El escenario no es demasiado grande, y los QOTSA se mantienen cerca, lo que genera una sensación íntima y a la vez más demoledora, como si su potencia creciera por la proximidad.
La figura de Josh Homme es realmente imponente. Su más de metro noventa se siente en el escenario; parece un gigante dispuesto a aplastarnos el cráneo con su guitarra, y en cierta forma lo hace. Se suceden “Feel good hit the summer” y “The lost art of keeping a secret”, ambas de su segundo disco “Rated R”. Las composiciones más nuevas encajan a la perfección con lo mejor de su discografía. En su último álbum amplían su propio espectro. La desgarradora balada “The vampyre of time and memory” es quizás el mejor ejemplo.
La lista de temas continúa impecable, incuestionable. Suenan “Little sister” y “Sick, sick, sick” para desembocar en la mencionada “Better living through chemistry”. “Go with the flow” los despide momentáneamente. El público pide “Mexicola” y el colorado les da el gusto. El cierre, como es costumbre, es con “A song for the dead”, que deriva en una extensa y lisérgica jam stoner.
Queens of the Stone Age es simplemente droga. Es nicotina, es valium, es vicodin, es marihuana, es éxtasis, es alcohol, y es cocaína. QOTSA nos estimula, nos excita y nos deprime, nos altera las percepciones, acelera nuestro pulso, nos agita, nos produce euforia, y nos deja con una sensación de bienestar y placer. El interrogante es, luego de semejante viaje: ¿cómo superamos la abstinencia?
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