
RESEÑAS
El fallo, desde adentro
Después de cuatro años y ocho meses, había llegado el día. Era tiempo de conocer la respuesta que la justicia le daría al juicio por las víctimas de Cromañón.
A medida que se acercaba la hora señalada para la lectura de la sentencia, los recuerdos de la noche del 30 de diciembre de 2004 se colaban por hacerse presentes y volverse tan nítidos y dolorosos como en ese ayer.
Lavalle y Uruguay, dos de la tarde. Las puertas laterales del Palacio de Tribunales todavía estaban cerradas pero los familiares de las víctimas, con sus carteles con esas caras y esos nombres escuchados en cada “presente” de las marchas, hacían fila para ingresar. Cantos y trapos que imploraban justicia le hacían frente a la llovizna. Pasar por entremedio de esa gente que palpitaba el final de un juicio que duró un año (significó para algunos muchos lunes, miércoles y viernes en los que debieron empaparse, a las patadas, de términos jurídicos, declaraciones, testigos y alegatos que oyeron en cada audiencia) era contagiarse las ganas de llorar y hacer propios los nervios suyos. Los ojos llorosos de varios jóvenes que transitaban por allí lo acreditaban.
Sobre la puerta frontal de Talcahuano y en la plaza Lavalle, la otra cara de la moneda: un grupo bastante abultado de jóvenes empuñaban sus razones: “No culpen a Callejeros” y “No nos cuenten Cromañón, nosotros lo vivimos”. El abogado de la mayoría de los miembros de la banda, Martín Gutiérrez, daba una nota televisiva a la prensa.
La consigna para unos y otros era la misma: estar ahí y acompañar en el dolor. Era una necesidad imperiosa ser parte, decir presente y observar la primera culminación de un largo proceso que es imposible enterrar en el olvido. La vigilia del día anterior por parte de los padres de las víctimas y el clima que se vivía allí afuera lo indicaban.
En la sala de la planta baja del Palacio donde se desarrolló el juicio, un vidrio dividía las aguas: adelante, los escritorios destinados para fiscales, abogados querellantes e imputados y sus defensas (cuatro filas). Separados de ellos, las butacas predispuestas para los familiares de las víctimas.
Los familiares completaban toda la capacidad del sector que les correspondía. Mientras esperaban, pegaban flores y fotos de los chicos en las paredes del lugar.
El primero de los acusados en ingresar a la sala fue Maximiliano Djerfy, ex guitarrista de la banda, que por peleas internas había optado por separarse del resto del grupo a la hora de afrontar su defensa en el juicio. Llegó y se sentó solo del lado derecho, porque su abogada particular renunció a su defensa cinco días antes del veredicto.
Eran las tres y veinte pasadas cuando repentinamente se instalaron en los escritorios todos los que esperaban saber si eran culpables o inocentes: Raúl Villarreal, colaborador de Omar Chabán; el subcomisario Carlos Díaz y los restantes integrantes de Callejeros:Patricio Santos Fontanet, el bajista Christian Torrejón, el baterista Eduardo Vázquez, el guitarrista Elio Delgado y el saxofonista Juan Carbone. Todos se amontonaron detrás del abogado Gutiérrez. Omar Chabán fue el último en hacer su ingreso, simultáneo al de los tres jueces del Tribunal Oral en lo Criminal 24, Raúl Horacio Llanos, María Cecilia Maiza y Marcelo Alvero.
“Parece que Chabán eligió otro asiento para hoy, porque se ubicó escondido al costado, cuando siempre lo hacía delante del vidrio. Donde estaba antes quedaba muy expuesto”, comentó una habitual concurrente al juicio.
Luego que el juez Marcelo Alvero exhortó al público a que se mantengan las “pautas de conducta”, explicó que primero se daría a conocer la resolución adoptada para cada acusado y luego, sin realizar cuarto intermedio, se leería un resumen de los fundamentos del fallo, cuya extensión total tiene 2.500 fojas. Remató con la aclaración que la decisión era unánime, es decir que los tres jueces estuvieron de acuerdo.
Tras la explicación, un breve silencio. Llegaba la hora de la verdad: los abogados tomaron sus plumas para tomar apuntes, mientras los familiares y los acusados apretaron puños. Sin anestesia, Alvero anu
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