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Yo la tengo: juguetes perdidos

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El grupo estadounidense desembarcó por tercera vez en el país para brindar su show más convocante, el jueves por la noche.

Hay un video muy divertido de la canción «Sugarcube» de Yo La Tengo donde un directivo de una discográfica multinacional le pregunta a la banda: «¿Acaso no les gusta ganar dinero a ustedes?». Y ellos son casi un grupo anónimo, que existe desde antes que la palabra indie se inventara, que tiene una infinidad de discos sin un solo hit, que influyeron a miles pero nunca los pasaron por la radio, que siguen su camino sin que prácticamente nadie se entere. Excepto para la gente que significan algo. Por eso, silenciosamente, un jueves por la noche la banda se da el lujo de abarrotar un Teatro Vorterix.

Al salir a escena, el trío parece el grupo más improbable de personas que pueda ser parte de una banda de rock, y es que en realidad Yo la tengo es todo menos una banda de rock. Con la inicial «Stupid things» vemos que tratan su música como si fuera un juego: nadie tiene una posición fija en la banda y todos hacen todo y nunca de la misma manera. Puede tener formato de rock como «Sugarcube», puede ser una balada a dos baterías como «Autumn sweater», puede virar hacia momentos intimistas y acústicos como en «Griselda». De hecho muchos serían los momentos íntimos donde el silencio total sería indispensable, y afortunadamente se lograría, exceptuando algún susurro, algún vaso roto o algún desmayado (que curiosamente hubo varios).

Es casi una banda de jazz con instrumentación de rock. Si bien lo que hacen no es inaccesible, difícilmente alguna canción podría llegar a ser un hit, y en vez de centrar su repertorio en el material más elogiado, interpretan casi exclusivamente canciones provenientes del nuevo milenio, con algunas pequeñas excepciones. El público está entregado a lo que los músicos quieran ofrecer y sin pedidos de canciones ni gritos incoherentes se logra disfrutar de un show extenso en el que si uno está impaciente o no está dispuesto a sumergirse en la experiencia, puede aburrirse un poco. En épocas de vorágine, Yo la tengo propone bajar las revoluciones y dejarse llevar.

La relación de esposos de Ira Kaplan y Georgia Hubley se palpa en el show. Ira siempre mira a su mujer al cantar, entre maravillado y respetuoso. Y no necesitan decirse demasiado para entenderse. Los dos son muy diferentes, tanto físicamente como en la forma de encarar los instrumentos, y sin embargo cuando están juntos tienen cohesión. Tanto que hasta por momentos James McNew parece un intruso en el grupo. O casi como si él fuera el hijo de este matrimonio.

Durante los bises se da otra de las particularidades de la banda que es una seguidilla de covers nunca obvia y nunca predecible. Artistas tan disimiles como The Seeds, Sun Ra y Daniel Johnston conviven naturalmente en esta reversiones de músicos siempre menospreciados, que sirven para sumergirse en su mundo y es lo que la música debería hacer: darte ganas de descubrir otra música.

Yo la tengo dio un concierto exquisito y delicado para un público que todavía toma el hecho de escuchar música como una ceremonia. Ir a una disquería, comprar el disco, tirarse al piso a escucharlo e ir a ver a Yo la tengo. Cerrar los ojos y crear una explosión de imágenes en su mente, todo eso antes de volver a las obligaciones cotidianas.

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azafatodegira.com

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