La pareja dispareja

Dave Matthews Band, Incubus y SOJA compartieron escenario inaugurando el calendario de verano de shows internacionales, el sábado en el nuevo complejo Alrío.

Hay veces que los festivales son una buena oportunidad para pasar el día y ver diferentes propuestas musicales; también puede pasar todo lo contrario. El Summer Break Festival fue algo así como tres shows diferentes unidos. Cuando SOJA finalizaba su set, parecía como si todo hubiese terminado y sus seguidores sub 20 emprendían la retirada, e Incubus, que alguna vez supo tener un público sub 20, hoy tiene una base sólida de fans casi treintañeros.

Los liderados por Brandon Boyd ya no están en la cresta de la ola y muestran un presente algo turbulento, sin muchos lanzamientos y sin mucha actividad, pero afortunadamente han sobrevivido y lograron desprenderse del movimiento ñu metal, del que nunca formaron parte realmente. El comienzo es bien fuerte, con «A Kiss to send us off», «Megalomaniac» y «Nice To Know You«, pero desafortunadamente el sonido no ayuda para aportar la fortaleza necesaria.

Pasan temazos como «Circles» o «Anna Molly» pero la banda parece estar siempre en piloto automático; quedan mejor parados en las canciones del últimos disco: «Adolescents» o «In the company of wolves» presentan interesantes pasajes instrumentales, pero lamentablemente este último trabajo no es muy logrado y la respuesta del público es casi nula. También la división del campo hace que el feedback con la audiencia no sea tan efectivo. Los que estuvieron en los shows anteriores del grupo en el país saben que poco tuvieron de fríos. Algunos los acusarán de alejarse cada vez más del rock, casi ignorando los primeros discos y dándole importancia al costado más hitero de su historia. Lo cierto es que en canciones como «Dig», «Drive» e incluso en una desganada «Wish you were here» el grupo se agranda, aunque no lo suficiente como nos gustaría. Incubus ha caído inevitablemente es un periodo de incertidumbre y eso se traslada a su presentación. Lejos están de dar un mal espectáculo, pero también lo están de lograr algo movilizante.

Nuevo cambio de público y las remeras y los tatuajes mutan en chombas y vestidos floreados. Es que cambiando totalmente de clima, la Dave Matthews Band arremete con toda su vitalidad; «Rapunzel» y «Don’t drink the water» no tardan en calentar el lugar. La voz de Matthews está en plena forma y cualquier miembro de la banda puede robarle el protagonismo a su jefe. Es que a pesar de llevar el nombre de una persona, la DMB es realmente una banda donde cada miembro es vital.

A diferencia del show de Incubus, acá el sonido es realmente impecable: cada instrumento se puede distinguir con claridad, algo clave para el fanático, que le exige tanto a la banda como disfruta. Es que cada show del grupo es especial, ya que nunca se repite; las listas cambian concierto a concierto e incluso minuto a minuto. Esta vez se deciden por un repertorio bastante hitero, aunque hablar de hits es algo raro, ya que tenemos canciones de más de 10 minutos con mucho despliegue instrumental y zapadas, pero siempre deslumbrando, como en «Crush» o «Ants Marching».

En ese tipo de eventos, los momentos intimistas son complicados; afortunadamente, para «Mercy» y «Crash into me» el auditorio es cómplice y guarda el silencio necesario: basta cerrar los ojos, sentir la brisa y dejarse llevar, aunque esos momentos sean los menos. Parece que no, pero la DMB es una banda para bailar: «What would you say» y «Tripping billies» tienen a público y música dejando el sudor por el piso, cosa en lo que había fallado la banda anterior.

Pocos fueron los que disfrutaron todos los shows: cada uno seleccionó la oferta que más le convenía y luego emprendió la retirada. Eso hizo que la energía del público se renueve constantemente y que los shows se vivan de otra manera. Y aunque tal vez parezca que los fans no quieran tener nada que ver el uno con el otro, por momentos parecía una muestra de evolución musical de tres generaciones.

*Fotos por Guillermo Coluccio

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