
SHOWS
Triplete puerco
Con la excusa de grabar un nuevo DVD –el segundo en su carrera– La Vela Puerca brindó tres shows en el Estadio Luna Park a pura energía charrúa.
Que para argentinos y uruguayos el Río de la Plata hace más de amalgama que de valla distanciadora no es novedad. Que el rock del paisito juega de local en nuestro territorio, tampoco: No Te Va Gustar, El Cuarteto de Nos, Once Tiros y La Abuela Coca son algunos ejemplos de ello. Pero que La Vela Puerca comanda y preside esta ola de rock yoruba que nos empapa desde un tiempo a esta parte es una verdad indiscutible. Con 18 años de carrera, la banda de los dos Sebastián (el “Enano” Teysera y el “Cebolla” Cabreiro) hace rato sabe qué quiere y cómo. Y aunque atrás quedaron esas tocatas en las veredas a mediados de los 90, con el Enano en la batería y una bandera a modo de escenografía rezando “El sur también existe” (cita del poeta uruguayo Mario Benedetti), la calidez y el espíritu campechano, mezcla de alegría y rebeldía, permanecen intactos. Así lo manifiestan cuando proyectan en las pantallas las imágenes que retratan esa época: algunos kilos de menos y algunos pelos de más, los jóvenes puercos punkean en una callecita montevideana la enérgica “De tal palo”. Cuando la autorreferencia audiovisual se acaba, Teysera grita el famoso “¡Documentos!” y el estadio por completo festeja esa reggae-cumbia que es “Vuelan palos”. Somos los mismos, eh, parece que dijeran.
Así, entre nostalgias y novedades, pasaron los tres shows que la banda brindó en el Luna Park el pasado fin de semana. Y no es que se necesiten motivos, pero la grabación del que será su próximo DVD durante esas noches fue razón y condimento especial. “No sólo se los filma cuando roban… ¡también cuando se divierten!”, arengaría el Enano luego del saludo de apertura. Para ese entonces habría pasado ya “Sobre la sien“, “Colabore” y el primer momento alto de la noche: “Haciéndose pasar por luz”. Y es que quizá esos versos que se preguntan qué hacer “cuando ya no planten más y nadie se haga cargo de los ríos y del mar” hayan quedado como marca de fuego después del conflicto político–social que tuvo a las papeleras del Río Uruguay en la mira.
Pupilas cercanas
Como los lentes de las cámaras buscaban reflejar al menos una parte de lo que sucedía en ese ritual musical, los ojos del Enano y de Cebolla iban también al encuentro más íntimo posible; miraban, se escabullían, hurgaban, saludaban y disparaban intensidad. Si es verdad que saben qué quieren y cómo lo quieren, también saben qué dicen y cómo decirlo; no pasan frases por alto, cada una es pronunciada como si fuese imprescindible, como si fuese realmente necesario que todos ahí entendamos el mensaje. Y aunque la respuesta suele alcanzar las expectativas, el triste cantito que se reafirma en las dos naciones rioplatenses denostando a la chilena sigue apareciendo, aún en el instante inmediatamente posterior a la declarativa “Potosí”. Dedicada a “esos opresores imperialistas y conquistadores” la canción que “sigue pidiendo igualdad” parece no ser escuchada por esa minoría separatista.
La banda, sólida y explosiva, se pasea por todos los climas posibles: desde el rock más callejero hasta las baladitas más dulces, desde la crudeza del ska-punk hasta el cadencioso reggae. Reafirma a cada paso su sello sonoro y estético y, junto a él, el irrenunciable feedback con su público. Porque cuando termina el show de la mano de “El profeta” nadie se mueve, y la tirada de palillos y púas al campo se convierte en excusa para volver a buscar ese contacto visual, para encontrarse una vez más en esas miradas que confirman la comunión. Es el amor, cantaba uno. Amor profundo, rioplatense, y rockero.
*Fotos por Fernando Fernández
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