RESEÑAS

Metal y carnaval

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El anuncio oficial indicaba que a las 21 hs comenzaría el evento. Mucho antes que se iniciara el show, varios grupos de jóvenes se congregaron dispuestos a pasar una noche a puro rock duro. Adentro del Teatro ya se escuchaban los primeros acordes de los artistas invitados (según explicaría más tarde IORIO, uno de ellos era un hombre barbudo y mendocino).

La muchachada en la puerta, en su mayoría, esperaba ansiosa la presentación de ALMAFUERTE, alcoholizándose con vino en caja, más conocido como “tetra”, y fumando cigarrillos negros. Su dudoso aspecto daba lugar al temor cuando portaban reacciones violentas en las caras al realizar alguna petición casual: “eh, chetito, ¿tené’ 20 guitas pal vino de lo’ pibe’?”, “¡Aguante el metal!”, y expresiones por el estilo.

La entrada, más allá de esas pequeñas donaciones involuntarias, conseguidas a través de la amenaza del probable uso desmedido de la violencia, fue prolija y ordenada, cual ranqueles en el cuartel de reclutamiento, entraba al Teatro la indiada urbana.

Dentro del recinto principal se mezclaban los diferentes integrantes de los diferentes contingentes, llegados desde los más distantes puntos de la región. Los había de Merlo, de José C. Paz y de Moreno, llegados en su mayoría en la línea del ferrocarril Sarmiento; había representantes de la zona sur, Claypole y Florencio Varela, y de distintos barrios de la Capital Federal.

Gordos de 2 metros cúbicos con tatuajes con la inscripción de HERMÉTICA (anterior banda mítica de RICARDO), pelilargos con cabelleras de todas las coloraciones, incluso pálidos colorados, unas 20 damas amantes del rock pesado y muchos jovenzuelos ajados, transpirados y roídos por el almizcle del vino manifestaron su energía en el pogo, denominado “pogo de la muerte”. Todos ellos, dispuestos a corear las letras de la agrupación, escucharon atentamente los preceptos y charadas que el líder de la banda ponía en escena.

Así, luego de gritar al viento el rencor contra viejos amigos en “Triunfo”, del tercer disco de la formación –“Almafuerte-, hubo tiempo para recordar a los amigos que ya no están en la emotiva y melancólica, “Del más allá”. El canto del público autóctono, por momentos, reemplazaba las líricas de la banda. La gente no perdía oportunidad para arengar a sus ídolos en los intermezzos.

Cánticos de identidad tales como los que rezan que uno es “negro o grasa, pero concheto, no”, ya tradicionales desde las primeras grabaciones en vivo de las arengas de las huestes del metal, iban acompañadas de chiflidos e improperios de todo tipo en cualquier momento y de manera caótica.

El sonido de la agrupación, preciso y poderoso, dio lugar a un recorrido por su última obra, ”Toro y Pampa”. La multitud entusiasmada, sobre todo la parte más joven, siguió con atención los acontecimientos, incluso ante los episodios que se revelaron de a ratos aún cuando nadie pareció notarlos.

RICARDO IORIO, indignado trovador del oeste, elevó su voz en un canto de trueno y su cabeza estalló entre llamaradas y chisporroteos punzantes de la guitarra de CLAUDIO MARCIELLO. Clavos oxidados, bisturís y espuelas viejas, bielas de motores V8 y otro tipo de elementos punzantes salieron despedidos del escenario lloviendo sobre el público, lastimando las pieles oscuras y generando contusiones diversas.

Debido a la desavenencia sufrida, el cantor tomó el camino de las bambalinas al tiempo que el resto de la agrupación se disponía a ensayar unas 3 canciones de emergencia plagadas de chillidos y escalas rimbombantes, petulantes, lacerantes, limantes, mientras IORIO intentaba solucionar su pequeño inconveniente. Tardó bastante pero, al fin y al cabo, hay que reconocer que es difícil llevar adelante una banda, y más aún, cantar, si no se tiene cabeza.

El resultado de la explosión de sonido y el posterior arreglo fue notorio en el cambio de color de la vestimenta de IORIO cuando regresó, que se tiñó de un furioso rojo sangre. La actitud del bajista de la agrupación, que comenzó a hacer gestos obscenos, dignos de su aspecto de funcionario público o profesor de educación cívica depravado, aprobaba el regreso del cantante.

La indiada de abajo, herida, dio rienda suelta a los maltratos mutuos en una confraternidad de sacrificio, golpeándose con los trozos de metal que seguían saliendo del ahora descabezado RICARDO IORIO. El gentil TANO MARCIELLO, con el poder en su instrumento, seguía disparando filos contra todos los presentes volviendo opresiva y aún más dolorosa la masacre.

Del techo salían rayos láser que cortaban el suelo generando enormes grietas por donde caía parte del público a unos piletones llenos de espuma que representaban una parte subterránea de El Teatro destinada a fiestas especiales. En ese momento, el Normal Nº 4 de Villa Crespo celebraba su baile de egresados.

Después todo se borroneó y se hizo oscuridad. El siguiente recuerdo de este cronista para esa noche está en un asado, con vino y música árabe, sentado alrededor de jeques con cara de sodomitas.

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