RESEÑAS
Carreras entre despedidas

Bajo la torrencial lluvia en la noche del domingo los pasos se aceleran, llevados por recuerdos sonoros cercanos vividos entre las paredes del club Niceto: HABÍA UNA VEZ es la carrera; SANCAMALEON, el impulso para correr.
El trío acelera por momentos, luego de la calma de sus notas. La distorsión setentista se entremezcla entre acordes de rock crudo. Las canciones de su reciente cd, titulado con el nombre de la banda, son la perfecta analogía de una corrida.
Aceleran de golpe, nublan todos los sentidos. Pero el cansancio llega en algunos trechos y todo se lentifica hasta recuperar las fuerzas. Doce temas se escurren entre los oídos abombados por las sensaciones. Pero el camino recién empieza.
La motivación
20:20, la hora en que “La Patada”, primer tema de “Cancioneros para niños sin fe”, empezó a sonar rodeado de luces titilantes. Mientras, FEDERICO CABRAL (cantante de SANCAMALEON) salta y se contorsiona sobre el escenario; repetir “Quiero verte caer/ Y ver como subís” cobra otro sentido al recordar lo que ocurría un lustro atrás, con un país destrozado, cuando la banda empezaba a caminar.
Mentalmente, uno tiene el booklet celeste del disco producido por HERNAN BRUCKNER entre sus manos mientras suena esa crítica a la emoción en el jingle de un detergente, seguida por “Si te vas” y los coros de “Hiper-furgón”.
“Lo único malo es que saben que es lo que va a venir”, dice CABRAL antes de “Carnaval”. Pero la voz cobra otra dimensión y sentimiento que en un cd no está. Los gritos y los bailes tienen la misma emoción e impulso, el mismo que tiene SANCAMALEON en cada canción que mueve los cuerpos y sensaciones en un caos de sonidos alegres, que llegan hasta la miseria encubierta en amenaza de “El camino”.
Las debilidades de la autoestima y la psiquis de “El miedo” llegan a la mitad del show y del booklet. Es hora de las novedades del próximo disco, producido por CHARLIE DESIDNEY y GOY OGALDE de KARAMELO SANTO: guitarras lentas, ritmos cargados, como en “Contra todos los molinos del mundo”, y letras de desamor compactadas en frases rápidas, como las de “El corso narcotizado”. La noche vuelve a su ritmo normal, tan lento y calmo como “Vos”, hasta la luminosidad de “Arriba”, que se extiende con los golpes de la percusión.
Cinco temas para el final, pero de nada sirve llegar si no se vive. El calor no impide dar un paso más para saltar al son de “Mi chica peruana” hasta llegar a la imagen de Sanca con los brazos abiertos en medio del papel celeste, y en su pecho el símbolo de la banda, que también brilla sobre una pared de ladrillos que con las luces titilantes blancas parece el final de un largo camino. El mismo que se recorre desde el estallido que late en “La venganza de la Pachamama” y en “Un día de estos”.
El final de la noche: “Carne”, con el último acompañamiento de los teclados de PATRICIO PÉREZ, que deja de la banda, y la energía de “Sambódromo”. Despedidas de año, canciones e integrantes se mezclan con la lluvia, pero el impulso para correr todavía está latente.
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