RESEÑAS
Punto de partida

En el sistema de los números reales, el cero es el único que no es ni positivo ni negativo, y, además, representa el límite entre ambos extremos. Esta propiedad hace que el cero sea el punto inicial por naturaleza en variadas escalas, ejes o termómetros.
En la música, GRADOCERO es el vértice para el nacimiento de sonidos que oscilan entre la apacibilidad y el vigor, así como de letras que se mecen entre la felicidad y la introspectiva melancolía. Es el lugar de despegue hacia un vaivén de pasiones, estremecimientos y sentimientos generados por la voz y guitarra de TATI CECCHI, la guitarra de ADRIÁN CLAR, la batería de RAMIRO CAIRO y el bajo de MAXI AYAIL. Es el comienzo de una memorable noche.
Medianoche y después…
Los relojes marcan la hora cero en una ciudad que se niega a dormir. Las luces del Centro porteño alumbran centenares de conocidos e ignotos pasos. Una porción de las pisadas llega a las escaleras de Liberarte y emprende el descenso, hasta toparse con las mesas que apuntan a un escenario donde se encuentran reposando los instrumentos. La magia musical se haría esperar hasta la 1.45, pero llegaría con todo su esplendor.
Tras una presentación que destila humor por parte del baterista, empieza la función con el despliegue de dura potencia de “Harrysong”. Continúa la eufórica “Más y más” para llegar a la parsimonia de “Fantasmas en la ciudad”.
Así se suceden los ritmos, los motivos y las intenciones, columpiándose hacia arriba y hacia abajo, yendo de un “Voy a estallar” a un “Morir vivir”. El primer intento de final es con “Alta locura”, pero el regreso no se hace esperar y llegan dos temas más. En “Esperando en la estación” la banda invita libremente a subir para tocar la pandereta a quien quiera hacerlo, lo que lleva a un entusiasta muchacho a sacudir aquel elemento de percusión en pasajes que piden: “Dame tu risa tan sincera, quiero al fin ser tu conexión”.
La pregunta casi afirmativa de “¿uno más?” deriva en la repetición de una última composición. Cantando otra vez las estrofas que rezan “De vez en cuando estoy con ganas de vivir, entregándome sin culpa a la tentación”, concluye todo después de casi una hora de recital.
El cuarteto desaparece detrás del telón. Los aplausos colman el espacio con paredes sin ventanas. Los instrumentos vuelven a dormirse. Sólo queda el sonido de voces junto con el de vasos que se encuentran con otras copas o con la madera de la mesa. Para los pasos que se dirigen al exterior, el murmullo se va a alejando escalón a escalón hasta que las bocinas y el traqueteo de los autos termina por taparlo completamente. Así termina la cobertura, así empieza otra historia…
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