RESEÑAS

Mississippi en llamas

Por  | 

A las diez y veinte de la noche metí monedas y me comuniqué con la fotógrafa desde la estación de trenes de Hurlingham. Le informé un poco sobre la infelicidad de saberme impuntual y le rogué que sepa esperarme. Triste, porque era plan encontrarnos a eso de las diez, beber varios litros de cerveza, aflojar la lengua con el trago, pensar y charlar. Finalmente la previa se redujo a una lata consumida a sorbos de tranco largo y a unos cigarros pitados con seriedad. Con el ultimó envión de cerveza aún en las gargantas, ingresamos al ND. Justito: la música comenzaba a hacerse oír.

Blues. Cadencia de color negro, cuerdas de nylon, ecos de la historia esclava, campos de algodón, canto orillero. En tres notas o en dos. Y una enseñanza de lo más antigua, que algunos aprenden, quizás por temor al tiempo que llega, tal vez por excesiva precaución. Por suerte, siempre estarán los que no aprenden nada: Si yo pudiera hacer todo otra vez, haría lo mismo que hice ayer. Tocando, La MISSISSIPPI BLUES BAND.

La tercera o cuarta es En busca de pleitos, oda al viejo borracho viril rescatado a tiempo de un policial negro (otra vez el negro: la ausencia de luz). La banda por momentos abandona a un costadito la mochila del blues y se pasea oronda por terrenos vecinos. La fórmula es simple y lo resuelve todo. Bastan un par de acordes que se sepan compañeros, una base instrumental llevándose de maravillas y las teclas del JUANJO ARMIDAS, el que volvió una noche, salpicando melodías de Hammond por doquier. Y claro, amigos, la voz de RICARDO TAPIA: madera del tiempo o rocío fresco, tabla de lavar o saquito blusero con pelos de la perra. Él tiene lo que la canción amerita.

Luego de El detalle, suena el blues del que habla solo, Mala transa, de aquel que se obliga a la buena cara en los malos tiempos. Tu vieja siempre cigarros te va a llevar. Es ley: quien mal anda, mal acaba. Una seguidilla de temas nuevos que no suenan a novedad llaman al silencio de la gente, que escucha: La balada de Jimi Gerli y Amor y paz son algunas de ellas. No hay grandes innovaciones musicales, pero nadie se las pide.

Las intervenciones del gran GUSTAVO GINOI son aplaudidas y festejadas por una audiencia que va desde cuarentones que han perdido pelo y que se le animan a un recital solo porque el Ateneo cuenta con butacas, hasta jóvenes un tanto revoltosos que, como yo, se están muriendo por encender y pitar.

Cerca del fin van cayendo un hit tras otro. El fierro, La danza de la lluvia, Un trago para ver mejor. La mitad del público ya está de pie y saltando. Un orangután vestido como ser humano nos observa en tensa calma, listo para entrar en acción ante cualquier atisbo de conducta inapropiada. Por suerte nadie roza tal límite, así que tan solo resta esperar por el clásico más clásico de todos, el que cerrará la noche: No me busques en mi casa, estoy seguro en el café Madrid.

LA MISSISSIPPI. Una banda que siempre te hace la gauchada de no defraudar en vivo. Por calidad musical, por calidez de los músicos, por años en la ruta y por buenas canciones. No exigen respeto, pero se lo merecen. Gracias MISSISSIPPI, siempre es un placer. Y ahora me voy; los muchachos me esperan.

1 Comentario

Tenés que estar logueado para escribir un comentario Iniciar sesión