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Fito Paez en el estadio de Obras

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De irreprochable ambo celeste y lentes rojos, Fito se acobijó en el piano ubicado en el centro del estadio, rodeado de varias generaciones de sentimientos y oídos que vibraban con la misma melodía. Y dale alegría a mi corazón fue una apertura con sabor a pedido de ayuda, un coro de todo el público, dirigido por el propio Paez parado sobre su instrumento de cuerpito blanco y negro.
Fito manejó los climas como si en sus diez dedos y en su voz tuviese una varita mágica. Enfervorizó con El diablo de tu corazón, improvisó sobre Un vestido y un amor y provocó un pogo de lo más rockero en Mariposa Tecknicolor. Claro que atrás suyo hay un aceitado reloj instrumental comandado por Guillermo Vadalá (cinco cuerdas y vaya uno a saber cuantos dedos), Gabriel Carámbula (guitarra), Sergio Verdinelli (batería), Javier Lozano (teclados) y Gonzalo Alloras (guitarras).

DOS INVITADOS MUY ESPECIALES
El escenario cambió su color con la presencia de los invitados de lujo. Con Spinetta fue más cálido, más acogedor, lleno de armonía y elegancia bajo el sonido de “La bengala perdida” y “Todos estos años de gente”. García, en Cerca de la revolución y Ciudad de Pobres Corazones, impuso el rock y la furia de potentes tonos grises. Las ganas de ver a los tres juntos se perdió en el aire, se desvaneció el deseo de ver aquel collage.
Fito no se olvidó de la dramática situación del país y, dirigiéndose al público bajo el seudónimo de Buenos Aires, subrayó que “el cacerolazo también hay que dárselo en la cabeza”.
Elegante y callejero, el más enamorado y el más sacado, Paez, folklorista de esta y otras tierras, sigue ofreciendo y dándole alegrías al corazón.

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