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El color en tiempos de oscuridad

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Taura presentó la edición en vinilo de “El fin del color”, su disco más reciente, el jueves por la noche en La Trastienda.

Hay una escena al final de la película «Perfume de Mujer» donde Al Pacino hace un monólogo sobre la vida, sobre tomar el camino corto o el camino largo. Taura definitivamente ha tomado el camino largo, lleno de trabas, de dificultades, pero sin dudas el que mayores satisfacciones trae al final. Dos años después de haber publicado su obra «El fin del color», la banda decide relanzarlo, pero con la particularidad de hacerlo en formato de disco de vinilo. En épocas donde la desmaterialización de la música es más evidente, ellos apuestan por volver al primer instinto

El comienzo del show es salvaje, con el doblete «No Luz» y «Rompevientos»; canciones de amor, desesperación y afirmación. Pero no ese amor de las novelas, no tiene nada que ver con ese amor de los cantantes latinos. El amor como salvación, como entrega. Chaimon se muestra como un líder tímido, mirando al suelo, para luego estallar y hacer catarsis a través de las letras.

El público tiene su propio viaje personal. Aunque la música sea la adecuada, nadie salta y vuela por los aires. Nadie corea un riff de guitarra y sólo se atreven a entonar algunas letras cuando el cantante así se los permite. Es un trip de imágenes y sonidos, donde las luces apenas muestran a los músicos para darle importancia a las proyecciones, que se funden con las canciones.

La idea es no repetir lo hecho el año anterior en el mismo lugar, y para eso la selección de canciones rescata composiciones que no suelen aparecer seguido, como «Escalera» o «Rick Hunter», tema hasta ahora inédito que aparece como bonus track en la edición de vinilo del último disco; una canción que difiere bastante con la línea que sigue la obra en cuestión, pero que parece una herejía haberla dejado afuera del mismo. Pero la banda tiene cierta actitud de autosabotaje, cuando la canción «200 días» (de las mejores de la banda y el corte del disco) es obviada de la lista de temas. Lo mismo con pasa con clásicos como «Acantilada». De todas maneras, esa ausencia no importa, porque mientras la banda siga haciendo canciones como «A cantaros» todo estará en orden.

Suenan más sólidos que nunca. El lugar hace que el audio que sacan Alejo, Santiago y Leo gane en potencia y matices. Hay mucha diferencia entre la banda en vivo y en estudio; el sonido es fiel, pero gana una fuerza única.

«Soy el fin del mundo, soy el fin del color», cantan al final en «Mil silencios». Y aunque podría ser una visión pesimista, Taura aporta el color en tiempos de oscuridad.

En épocas donde las canciones se consumen sueltas en un dispositivo electrónico, relegando su calidad, pedirle a alguien que compre un vinilo y se siente con auriculares sólo a escuchar la música, es casi una utopía. En esas actitudes uno sabe el alcance de la banda. El público podría preguntarse cómo casos más experimentales como Los Natas o Humo del Cairo se las arreglaron para llevar más gente. Lo cierto es que Taura trabaja en su universo. Por más que firmen en un sello multinacional, por más que los empiecen a introducir en el mercado, hoy por hoy no hay lugar para una propuesta como la de ellos: de amor, de dedicación, de meticulosidad. Habrá que generarlo.

*Fotos por Fernando Fernández

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