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Poesía dura y al extremo
Extremoduro paseó su rock y sobre todo su poesía por Buenos Aires en dos noches en el Teatro de Flores, el lunes y martes.
Ya desde temprano, en el 5 camino a El Teatro, dos murcianos hablaban de lo que podría pasar en el concierto. Es que las veladas de Extremoduro pueden resultar en cualquier cosa: pueden tocar un ratito, puede haber desastres, puede toda la banda bajar del escenario y reclamar que les devuelvan la plata de la entrada porque estos tíos no tocan ya más. Quizás ellos ya los conocían, ya han vivido esa experiencia que los miles de argentinos que llenaron dos noches El Teatro esperaban atravesar. Y la verdad es que hubo un poco de todo.
Lo primero, hubo un Robe Iniesta bastante menos caótico de lo que se esperaba. Es cierto, hace ya un par de años anda más tranquilo, dice, y la ola de conciertos caóticos parece haber terminado, dado que ya ni giras hacen. Flaquísimo como siempre, y en un vestido largo y franciscanas, salió puntualísimo a las 21.10 a mostrar de qué se trata esto. Un dúo de guitarras de Robe y Uoho con la intro de “Sol de invierno” y su comienzo kashmireano y ya fue suficiente para que la concurrencia explote. Y es que las letras de este poeta que accidentalmente toca la guitarra y canta saben calar hondo en las mentes narcóticas de miles de jóvenes y no tan jóvenes seguidores.
Después de otras dos joyas noventeras como “Sucede”, donde la totalidad del público gritó “¡Pero firme!”, y “Buscando una luna”, Robe dice que “hemos venido a la Argentina a desarrollarnos en términos generales. Hemos venido a ser felices y lo estamos logrando”. Ciertamente, durante los once temas que duró la primera parte del concierto, nunca hubo un momento de bajón de intensidad de clima festivo o del entusiasmo fervoroso de todos, arriba y abajo del escenario. Y, voy a decirlo aunque cueste algún detractor, la banda no es gran cosa, sinceramente; de base hard rock, se nota que tiene años de tocar, de salir de gira, y suena muy sólida, pero no alcanza para explicar ese entusiasmo. Y ahí es donde entran las letras de Robe a la ecuación. Sensible y con letras trasheras, tiene la capacidad de llegar a muchas mujeres, a punkies, a metaleros y gran diversidad de humanos. Un crooner de los bajofondos. “Nuestras almas son dos versos que se rozan” le canta al público y le retribuye con un estruendoso “olé, olé, olé, tremó, duró”.
La música puede ser más fuerte, más country, puede ser una balada o un riff destructivo, de aquellas épocas de “Deltoya” y “Agíla” o de su último disco, “Material Defectuoso”, pero siempre mantienen la misma llama encendida, despertando lo mismo: esas ganas de cantar a gritos. Entre tanto, pasan los tres primeros movimientos de “La ley innata”, “Puta”, “Golfa” o pequeñas perlas de sabiduría popular: “No es por inaccesibles que no nos atrevemos a hacer algunas cosas, sino porque no nos atrevemos es que son inaccesibles”. Y luego de una horita de concierto anuncian un pequeño parón. “Que nos vamos a descansar un poquito, o no, saben que no es eso lo que vamos a hacer, pero ya venimos”. Cae el telón y ahí va la multitud a refrescarse durante media hora.
Segundas partes nunca fueron buenas, dice el siempre erróneo saber popular. Y es que, musicalmente, si fue intensa la primera parte, ésta fue mucho más rockera y tuvo más condimentos. Salieron con “Prometeo” a quemar todas las naves, ya definitivamente cómodos, y cada uno tuvo su solo, menos el guitarrista oculto que acompañaba al cuarteto (aparte de un tecladista más participativo), pero cortaron un tema antes de terminarlo porque a alguien se le ocurrió tirarle una ojota que le dio a Robe en el pecho. “Por qué no me sobas los cojones” le dijo, aunque después aclaró que es un buen tipo con mal genio, que por favor, no lo provoquen. No sé qué clase de ritualidad entendieron en esto, pero fueron varias las ojotas que tiraron después de eso y por suerte ninguna dio en el blanco. Un vaso de cerveza cayó a los pies del bajista durante “Cabezabajo”, algunas descocadas estaban a punto de tirarse desde el balcón de la platea hacia abajo, multiplicando los trabajos del personal de seguridad.
Abajo había un clima un tanto tenso entre algunas chicas y sus novios y era cuestión de tiempo hasta que explotó. Y si bien la banda nunca dejó de tocar y la fiesta entre el público nunca pareció percatarse, la zona donde se encontraba este cronista pronto fue escenario de una pequeña batalla campal. Quizás uno le tocó el culo a alguien, quizás alguien se robó una tuca, lo cierto es que se desmadró todo en poco tiempo. Cuando tuve tiempo de mirar, Robe ya no estaba en el escenario y Uoho comandaba las acciones finales, consistentes en una larga sucesión de solos y de finales clásicos, ruidosos y épicos. Sí puedo decir que entre la batalla pude escuchar “Quemando tus recuerdos” y la infaltable “Jesucristo García”; que Robe prometió una pronta vuelta y que si no se daba “que sea por culpa de ustedes”, o que en “Deltoya” no cortó una cuerda sino que la rompió. It’s been a hard rock night.
*Fotos por Fernando Fernández
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