
SHOWS
Ayer deseo, hoy realidad
Bruce Springsteen cerró su gira 2012 en el Palacio de los deportes del D.F. mexicano y El Acople estuvo allí presente para contarte todo lo sucedido.
Alguien alguna vez dijo: si viajás por una mina, ¿no lo vas a hacer por la música, que de última exige menos y trae más felicidad? A veces uno se cansa de esperar que las cosas pasen, entonces hay que hacerlas realidad. El regreso de Bruce Springsteen al país está muy cerca después de confirmar su participación en la edición brasilera del Rock in Río, pero ante la duda, mejor asegurarse.
A los 63 años, con ocho meses seguidos de gira y un promedio de tres horas por show, decide cerrar el año con un show casi íntimo en el Palacio de los deportes de la capital mexicana; un lugar que alberga 20 mil personas pero que esta noche solo recibe a 6 mil. Uno podría buscar mil explicaciones para esto pero creo que tiene que ver con el eterno amor y odio del pueblo mexicano con el estadounidense y la eterna malinterpretación de la figura del jefe. O tal vez no tenga nada que ver con eso y jamás lo sepamos. Lo cierto es que cada uno sabe que está en una posición de privilegio, viendo a un artista que ha sabido agotar localidades de doscientas mil personas en este mismo tour.
Me gustaría saber cómo les llega la música a ustedes, qué lugar ocupa en sus vidas, cuánto tiempo ocupan pensando en ella. Yo sé que mi vida se basa en ella, en las cosas que me formaron, las personas que he conocido y los lugares que he visitado. Que al apagarse las luces y con los primeros acordes de “Badlands” se te estremezca el cuerpo y pase tu vida en un par de minutos son emociones demasiado fuertes para solo una canción.
Ver a Bruce Springsteen en vivo es cosa seria. El hombre se entrega en vida, en cada momento, en cada acorde. Es hipnótico, es revelador: cuando lo ves, le crees. El tipo tiene una guitarra y la verdad en sus labios. Basta que arranque “Hungry Heart” para lanzarse y cantar entre el público, correr, llegar al fondo, entregarnos el micrófono y luego zambullirse en el mosh como si fuese un veinteañero. Uno no puede dejar de verlo, hasta que advierte que sobre el escenario está la E Street Band, que hoy se compone de dieciséis músicos en escena, que tocan desde rock and roll a soul, folk, R & B, música tradicional, lo que quieras. Cada uno tiene su momento, su protagonismo. No importan que sean los históricos Steven Van Zandt y Max Weinberg o alguno de los coristas incorporados a esta nueva encarnación de la banda; todos son igual de vitales. Pero con los históricos tiene una relación especial. Los movimientos, las señas, la energía; cuando algo funciona, funcionan por siempre. Basta que decida salirse de la lista establecida y tocar las canciones que el público pide mediante carteles: “The Promise Land”, la emocionante “The River” o el enorme enganche de “Because the night” con “She’s the one”. Salen perfectas, y no estaban en la lista. Los tipos emanan música todo el tiempo.
Y ahí el show se transforma en una especia de exorcismo religioso; Bruce sigue tirándose el público, suda hasta la última gota, le canta a un chico de no más de ocho años tomado de la mano para luego regalarle su armónica, sube al escenario a una niña que lo abraza como si fuera el padre que hace meses no ve, besa a una mujer que llega con todas sus fuerzas delante de todo a pesar de tener el cuello roto, hace llorar a todos los hombres de la sala con “Thunder Road”. Jamás he visto a alguien con semejante poder movilizador. No sé si alguna vez estaré en presencia de un mesías o un salvador; esto es lo más parecido a eso.
Y pasan las canciones, las historias, las horas y nadie quiere irse. Y todos quieren más. Y el tipo no para: “Born in the USA”, “Born to run”, “Glory Days”, “Dancing in the dark”, una tras otra, a lo punk rock; después de tres horas, después de ocho meses, después de cuarenta años, y todavía no puedo creer lo que ven mis ojos. Springsteen sencillamente es el jefe porque es el más trabajador de todos. Todo termina con la frenética “Tenth Avenue Freeze Out”, con el tipo corriendo por todo el estadio. Y llega a mí, el mesías, y logro tocarlo, y es de carne y hueso, es real, existe.
Realmente no sé cómo contarles esto que representa más que un show de un simple entretenimiento. Tampoco quiero quitarles la sorpresa para cuando pise tierras argentas. Creo que en general la música no cambia el mundo, pero lo cambia a uno, y uno es el que con su pequeño aporte cambia el mundo. Ver a Bruce Springsteen es tener esa certeza. Es extraño presenciar eventos que cambian tu percepción de la vida y tener conciencia de eso. O tal vez no cambió la percepción sino que afirmó lo que ya sabias. Si todavía estás leyendo esto, tal vez piense que exagero, tal vez pienses exactamente igual. Yo solo sé que me voy cantando “Badlands” y pienso en la letra, y que sí, el jefe tenía razón.
* Fotos por Franccel Hernández para WARP
[slideshow id=99]
1 Comentario
Tenés que estar logueado para escribir un comentario Iniciar sesión