RESEÑAS

Pequeño es el mundo

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Lo primero que se oyó fue “Liso”. Un banjo de sonido mediterráneo, dubitativo y delicado. Acompañaban un piano que tecleaba de a gotas, una guitarra puramente rítmica, un contrabajo algo denso y una percusión remota pero contundente que a lo lejos anunciaba la travesía hacia cualquier parte, partiendo ningún Lugar.

Siguieron “Stick and stones” y “Sin dinero” con nostálgicos toques de acordeón, trompetas, saxos y trombones que elevan el tono épico sin perder intimismo e introspección en el sentir; y un serrucho agarrado de un extremo con su hoja usada como diapasón que alcanza un dulce sonido símil theremin que flotaba por el ambiente.

Canciones para naufragar. Ese tipo de canciones inunda el repertorio reincidente. En marea revuelta, sobre las olas, la P. O. R. se embarca en un bote de madera hecho de hermosas melodías rústicas, palabras perdidas, tablas rescatadas de botes de ayer, encastradas con remaches viejos y algo carcomidas por dudas existenciales, el tiempo y los desamores.

El viaje es el concepto. Por mar o por tierra, tangueando con vicios rockeros el Buenos aires gris (“El plato del día”), o en pleno recorrido musical por los Balcanes. El devenir del andar y andar mirando hacia adentro, con la memoria y el pasado como condición para avanzar, es lo que los guía. (“Tanto esperar / tantas noches de andar / caracol con sus cosas atrás”, dice la canción ”Vaivén”)

Pasan canciones. La mayoría del último disco –”Miguita de Pan” (‘03)– y algunas remembranzas de trabajos anteriores, cuando dejaron de ser REINCIDENTES a secas, cuando dejaron atrás un buen momento de invitados al show de NICK CAVE en Buenos Aires.

Pero, un momento. ¿Por qué tanta amargura en esas caras? A veces aguerridos (“En el oeste”) y a veces desganados (“Turba”), en cualquiera de los casos, P. O. R. hace de la inexpresividad física un valor. El gesto amargo, la parquedad, el mirar a ningún lugar de sus músicos, todo confluye en una imagen apagada que no detiene la vitalidad ni el corazón de cada canción, sino que sirven de contraste ideal.

El cover de la noche fue la cruda y agitada versión de “Bonnie and Clyde”, del encantador SERGE GAINSBOURG (la misma que versionaron de forma muy bonita en su disco “Penthouse” los geniales LUNA, que es lo menos parecido a P. O. R, lo cual no hace más que elevar la belleza de la canción). Hacia la mitad del show, el clima tenue y leve de la noche es trocado por un ritmo algo más bailable y festivo con “Mi suerte”, bendiciendo con cumbia oscura el lugar.

El final se demoraba a pedido del público. “Tren blanco” es una de las canciones más hermosas que escuché en mucho tiempo, de verdad, la banda de sonido ideal para una pequeña despedida que, desde el olvido, abandona el momento diciendo “abrazame y que te haga reír /y no me voy más / ya no me voy más.

“Gallo rojo, gallo negro” provocaba el ánimo de la gente y lo endulzaba, y “Vals de dos finales” recrudecía la noche en una viva reconstrucción del errante universo ”arltiano”, entre borracheras, taxistas traidores, perdedores, desesperanza, curiosidad y coraje.

P. O. R. golpea sus pequeñas canciones contra el mundo, o no, mejor, creo las dejan chocar contra él, sin nihilismos, con esperanza, tal como los personajes de cada historia apuestan a su última suerte. Las canciones se liberan del peso de ser enseñanzas, moralejas o razones. Abundan en normalidades, cotidianeidad y silencios. Aún así (o justamente por eso) rescatan voces y luces que iluminan, desahogan (y bailan, porque no). Negro sobre blanco o blanco sobre negro, nada que fuera ser su pequeño mundo.

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