RESEÑAS
Autopista al centro de la tierra

Nacidos para ser así
VITICUS busca combinar el poder crudo de AC/DC con melodías claramente influenciadas por bandas típicas del denominado “Rock Sureño” de EEUU, como LYNYRD SKYNYRD y THE MARSHALL TUCKER BAND, para retomar el espíritu de rock clásico propiamente dicho.
El show arrancó con una potente versión de “Mi nuevo Chevrolet”, y luego “La autopista”, los cuales incitaron al “descontrol” contra el escenario de la decena de fanáticos que los habían ido a ver, planteando desde un principio, los ejes temáticos de la banda: autos, chicas, y la ruta. Le siguieron “Desesperado” y “Fugitiva”, con impresionantes solos de la joven guitarra de ARIEL RODRIGUEZ, quien ciertamente leyó todos los tomos del libro “Como moverse en el escenario”, de JAMES MARSHALL HENDRIX (JIMI para los amigos), por momentos utilizando su instrumento como potente ametralladora, o como sensual objeto fálico, pero siempre rockeando a pleno.
“El gallo” demostró no ser más que una excusa para que las guitarras puedan solear con completa libertad. Le siguió un relajado “Nacido para ser así”, el cual por momentos pareció adoptar texturas de temas como “Mountain Jam” de los ALLAMAN BROTHERS; y continuaron con el poder de “Mal romance”, propulsado por un muy buen solo por parte de NICOLAS BERECIARTUA y sus seis cuerdas.
El último par de temas estuvieron dedicados a la nostalgia Riffera. Primero sonó “El forastero”, demostrando que ciertamente VITICO es, en vivo por lo menos, completamente dispensable. Ni su corroída voz ni su sobre simplificado bajo marcan una notable diferencia en la banda. Luego del aplauso de varios que se “despertaron” hacia el final, llegó “Mucho por hacer”, tema bien coreado, y con prolijos y apasionados interludios musicales entre las tres guitarras, que por momentos parecían cumplir un papel de auto indulgencia, más que de condimento al tema en si.
Mas allá del dueño del nombre, la verdadera sangre que mantiene viva y excitante a la banda son la de NICOLAS BERECIARTUA y ARIEL RODRIGUEZ, con estridentes guitarras, y mucho talento, sustentado por una sólida base a cargo de la batería del VASCO URIONAGUENA, y la voz y guitarra de SEBASTIAN BERECIARTUA.
La banda suena compacta y potente, aunque aún no posee un sonido característico propio, sino el de un conglomerado de notables influencias. Aún así, la propuesta es más que interesante a la hora de bombear un poco de adrenalina valvular por venas que no se rinden a los productos disfrazados de música.
Corsarios del trance
Olvidémonos de lo que vino antes, y de lo que vendrá después. Cerremos todos los sentidos.
Ahora, uno a uno dejémoslos renacer, lentamente… Vemos pisos de gastada madera, paredes de terciopelo, y dos columnas envueltas en serpientes pérfidas que amenazan a la juventud sedentaria que mora en las añejas butacas de cuero. Olemos un imponente perfume dulce, acaramelado, emanado de los pulmones de los presentes con la excusa de lubricar la percepción y entrar en sintonía con un simple rótulo musical: stoner. Finalmente, oímos… El “Big Bang” hecho música sería el punto de partida del viaje astral que estaba comenzando, capitaneado por LOS NATAS, que atravesaría barreras del espacio y tiempo, encauzando hacia el limbo.
De esas diez cuerdas y dos palos nacía un sonido tan espeso, que casi se podía palpar. Ciertamente era un clima propicio para una incursión de esta naturaleza.
Flashes de BLACK SABBATH (no “Paranoid”, si “Sweet Leaf”), o incluso BLUE CHEER, venían a mi mente cuando inútilmente intentaba asociar a esta banda con eslabones del pasado. La verdad es que no se los puede encasillar o asociar fácilmente. Tal vez por eso muchos desisten y simplemente susurran “Stoner Rock”.
Entre muchísimos aplausos, violentos juegos de luces, imágenes de rituales aborígenes, proyecciones lisérgicas y hologramas alucinógenos, sonaron el impactante “Meteoro 2028”, el altamente reverberante “Tufi”, “La ciudad de brahman”, y el épico “El cono del encono”, violando la inocente naturaleza de los sentidos que, hasta ese momento, no conocían lo que era el impacto de una tonelada de distorsión sobre su aura.
A expreso pedido del público, llegó “Tormenta mental”, la cual contó con un émulo bizarro de JIM MORRISON (aullidos y rodadas por el suelo incluidos) en su peor viaje de ácido, que emergió entre las butacas para encargarse de la tarea vocal.
Las guitarras satánicas de SERGUI CHOTSURIAN, bajos demasiado bajos de GONZALO CRUDO VILLAGRA, y la sobrehumana resistencia y poder de WALTER BRODIE a la hora de castigar sin clemencia su batería, siguieron con su paso arrollador, con temas como “Que rico”, “La tierra delfín” y “Traición en el arrocero”. Sinceramente no hay verdadera necesidad de separar o individualizar los temas, más que por una cuestión formal. Todo es un gran tema, con varios matices y texturas.
NATAS no es una banda apta todo público, y eso quedó demostrado en el paulatino desvanecimiento de algunos presentes, ya sea por la intensidad de la música, la saturación de sonidos, o por el violento ataque de ecos, acoples, gritos e incoherencias emanadas desde el escenario. Si bien la banda no se basa en extremo virtuosismo, ni en una gran versatilidad, focaliza toda su energía en tomar por asalto a todos los sentidos con un poder y sonido abrumador, sin preocuparse por donde termina un tema y comienza otro.
Despierto pero adormecido, fortalecido pero débil, relajado pero aturdido, satisfecho pero empalagado, me retiro, lentamente, dándole un respiro a mis sentidos.
Ámalo u ódialo. NATAS no te va a dejar indiferente.
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