RESEÑAS

La importancia de llamarse Enrique

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Ya “Pagamos el peaje, tenemos todos los semáforos en verde a la vez”. Cuidado, ¡ROJO!: se apagan las luces de un Obras saturado. Una música introductoria se enciende, cruza cualquier barrera auditiva, y se mete dentro de los cuerpos de quienes estamos ahí presentes. Una vez dentro del cuerpo, se choca con un embotellamiento de sensaciones que hace tres meses (desde que se anunció el show), pujan por traspasar las compuertas, que sólo una voz puede abrir. Llega la llave maestra, y todos los caminos conducen a Zaragoza.

Con su extravagante camisa y sus movimientos de caderas, no hace falta que diga “Soy gitano”; con su sombrero de vaquero/cowboy no hace falta que confiese su amor por lo americano, por el duelo de guapos y titanes. Con sus cuatro discos como solista (“Radical Sonora”, “Pequeño”, “Pequeño cabaret ambulante” y “Flamingos”) no hace falta que se lo siga vinculando con ese arrogante rockstar que supo ser cuando transitaba “El camino del exceso” al volante de la inmortal banda española, HEROES DEL SILENCIO.

Con sus madurados treinta y seis años, y veinte de exposición no hace falta jugar a las escondidas. Él es él: no necesita se le siga buscando el parecido con JIM MORRISON o con DAVID BOWIE, aunque los tenga.

Hoy, muy lejos quedó ese día en el cual, el joven ENRIQUE decidió que se haría llamar BUNBURY, cuando leyó la comedia de OSCAR WILDE “La importancia de llamarse Ernesto”. Es que BUNBURY es una persona inventada por uno de los personajes principales para poder ser otro.

ENRIQUE BUNBURY es el personaje que sube al escenario, el encantador de serpientes, de mujeres, de masas, el que desfiló su voz áspera en HEROES, y la hizo más melódica como solista. ENRIQUE ORTIZ DE LANDAZURI es la persona madura, culta, y experimentada que no se cansa de investigar nuevas vetas musicales, que no le da miedo volver a empezar cada vez que hace un nuevo disco; ese que mantiene su vida privada casi en un misterioso secreto.

El club de la pelea

No hace falta, pero como hace un año atrás en EL TEATRO nos vuelve a invitar a su “Club de los imposibles”, al club de los que a pesar de todo siguen firmes con su “Apuesta por el rock and roll”, aunque cuesten combates como los que caracteriza el arte de tapa de su último disco “Flamingos”.

Un ring y dos contrincantes. De un lado, el rock; del otro las fuerzas de la mercadotecnia/música basura, “que vende la televisión con los chicos de OPERACION MIEMBRO” dirá con furia de boxeador. El jugador que defiende el título del rock por esa noche, promete “trasvertirse” si es necesario para ganar. Las plumas no hacen falta.

Las apuestan son 100 a 0 en el recinto: se consagra campeón indiscutido. Pero como buen campeón mantiene la retaguardia, y como la lucha no se detiene nos pide: “que pueda contar contigo”. Obras se calza el guante, y le responde: “sabes que conmigo, siempre”.

El viaje a ninguna parte

Cuando hay suficiente intimidad, se queda en carne viva. “Cada vez estamos mas viejos, cada vez mas pendejos, con menos equipaje, en este viaje a ninguna parte” dice. Con “De mayor” desnuda su afán por regresar a la infancia, a ser “Pequeño”.

Ese querer recuperar la simpleza, después de perderse en “Senderos de traición”, en letras complejas empapadas con mucho “Espíritu del vino”, de las que supo bajarse justo a tiempo, antes que el éxito lo devorara entero.

Y se vuelve más Pequeño todavía, un Pequeño ambulante, que tras recorrer ciudades, cabarets, tequilas, rutas y casinos, elige que lo llamen “El extranjero”.

“Me siento en casa en América” canta, mientras aplausos generalizados se desparraman por todo el estadio. Un zaragozano que no reniega de sus raíces españolas, de su rock de juventud, pero que declara no tener padre ni madre, ser bastardo por elección.

Encallan en su puerto: barcos provenientes de Latinoamérica con su tango, rancheras como la versión de “El jinete” de JOSE ALFREDO JIMENEZ y boleros (tal la melancólica flaminga “Sácame de aquí”); cruceros del blues californiano como puede ser “Infinito”, o de la música árabe, que salpican la mayoría de sus temas. Un extranjero que prepara las valijas para lo que será su “Viaje a ninguna parte”, el próximo disco que vera la luz en el 2004.

De locura, de amor, y de fiebre

ENRIQUE enamora y las mujeres caen rendidas a sus botas texanas. Dos famosas son: “Salome”, con su poderoso tecno-rock de “Radical Sonora”, y “Alicia” que se escapó de un cuento de hadas, y con su balada, es expulsada al país de las maravillas.

Desde “Flamingos” aterriza en Libertador la nave espacial de “Lady Blue” con todo su soul, seguida por la pegadiza más pop ”Sí”. “Dímelo de una vez”. El público argentino tiene sed de HEROES. Ante la duda un sí: para el delirio y la “Avalancha”, siguen “En brazos de la fiebre” bunburyzada, e “Iberia sumergida”. “Que les vaya bien bonito”, se despide por primera vez.

No llores por mí, Argentina

En cueros, en los bises, agarra su guitarra acústica, habla de la difícil situación, de malditos mandatarios. Con una honestidad brutal se juega entero: “No más MENEM, no más DE LA RUA, quiero dedicarle especialmente a la Argentina, el viento a favor.

Piel de gallina, todas las voces y esperanzas se unen en una bandera que ENRIQUE ayuda a izar: “si ya no puede ir peor, haz un último esfuerzo”.

Sorprende y arremete con un viejo himno heroico. Se sienta sobre el borde del escenario y comparte su recargable vaso de whisky con alguien del público. Una falla en el sonido frena la garganta de él y de toda su gente.

“¿Me permiten un poco de violencia?”, pregunta. Un silencio y un héroe: patea el amplificador y con una humildad ovacionada vuelve a empezar. Todo ardió porque se le aplicó “La chispa adecuada”, cantada semi a cappella con los teclados de COPI, y los vientos, mientras que RAFA DOMINGUEZ –guitarrista-, que se lució en “El jinete”, descansaba.

Una versión sentida del bolero mexicano “Aunque no sea conmigo”, y el vals

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