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Más caliente que la ciudad
Kiss volvió a un Buenos Aires en llamas, para redoblar la apuesta y brindar un show aún más caliente.
Calor agobiante, inundaciones, apagones eléctricos, conflictos políticos, caos. No, no es la trama de una película de terror; es la Buenos Aires de los últimos días. Por eso el miércoles por la noche, el rockero ortodoxo fue a ver a Kiss, porque es la resistencia a todo ese mundo del que no quiere formar parte aunque lo obligan.
El horario de comienzo se retrasó un poco, hasta que finalmente se escuchó esa voz que dijo que vos, que laburaste todo el día, todo el mes para poder estar ahí, vos que querías lo mejor tenías lo mejor: la banda más caliente (nunca una mejor ocasión) del mundo. Y cae el telón y los cuatro bajan desde una plataforma tirando pirotecnia al ritmo de “Detroit Rock City” y uno ya está entregado. Vos vas a ver a Kiss y sabés exactamente con qué te vas a encontrar. Para el afuera siempre sufrieron el síndrome de Bowie o Alice Cooper; la gente habla más del show que de la música, pero la gente no salta y grita canciones como “Shout It Out Loud” porque hay un lindo juego de luces.
Incluso los músicos se arriesgan un poco más y entregan varias canciones del nuevo disco “Monster”; “Hell or Hallelujah”ya es un hit, y el resto se perfila como posibles candidatos con el tiempo. Canciones como “Wall of sound”, “All for the Love of Rock n Roll”, “Outta this World” o “Long Way Down” suenan frescas, potentes, gancheras y ponen a Eric Singer y Tommy Thayer en el lugar que merecen. Hablando de este último, es una noche especial para él por ser su cumpleaños; con cantito y torta incluidos, pero esta vez no va a parar a la gente como en el show de Megadeth. Tal vez al fan ortodoxo (y no tanto) no le guste que no tengan propia identidad y usurpen las de Ace Frehley y Peter Criss, pero el fan también sabe que son los reemplazos adecuados para ellos. Si incluso tienen su segmento, sus canciones y son vitoreados sin que nadie lo pida.
Paul Stanley es Kiss. Tal vez Simmons sea la figura más carismática y representativa del grupo, pero el “Starchild” es el hombre de oficio que se carga la banda al hombro. Por cierto, de mucho mejor estado vocal que la vez anterior; es verdad que a veces se nota la ayuda en “Psycho Circus” o “Lick it up”, o el recurso de dejar que la gente cante la parte épica de “Love Gun”, pero Stanley es el frontman que Kiss necesita, es el que te hace sentir ese momento especial y te mete en la magia del show. Paul y Gene juegan un poco a eso del policía bueno y policía malo. Y hablando del demonio, cabe aclarar que esta vez estuvo más asertivo: nombró correctamente la ciudad y se lo vio ligeramente más enganchado en el show, sobre todo en las nuevas composiciones. A veces uno no sabe qué parte hace por obligación y qué parte hace realmente con ganas; tal vez, su misterio radica en que realmente nunca sabemos con certeza eso.
Lo bueno es ver que la banda está en buena forma; tienen limitaciones que vienen con la edad obviamente, pero es la actitud y cómo lo llevan lo que vale. Pero uno no va a ver a Kiss para hacer un análisis del show, va a ver lo que le gusta; son las explosiones, Simmons escupiendo fuego y sangre, Thayer tirando fuegos artificiales de su SG, Singer elevándose hasta lo más alto, Paul volando entre la gente y rompiendo su guitarra. Pero por otro lado a uno le gustaría escuchar otras canciones de un catálogo tan basto; desde canciones fiesteras como “Crazy Nights”, grandes momentos pop como “Sure Know Something” o “Hard Luck Woman” y hasta por qué no baladas de FM como “Shandi” o “Forever”.
Pero ir a ver a Kiss es escuchar a Stanley decir “No hablo español pero comprendo sus sentimientos y mi corazón es suyo”, es querer que cante “La bamba” o “Guantanamera” aunque poco tienen que ver con nosotros, es ver a Simmonsvolar en “God of Thunder”, es la parte íntima antes de “Black Diamond” donde todos cantan, es corear “Calling Dr Love” o “I Love it Loud” a grito pelado. Kisstiene esa facilidad de por lo menos por dos horas hacerte olvidar de todo y volver a ser ese chico de trece años maravillado por los maquillajes, la ropa, las luces, la mística, pero por sobre todo las cosas las canciones. Es ese estado de pureza que se tiene a esa edad. Ya sean canciones sobre chicas, fiestas o morir en un accidente de auto por ir a ver a Kiss. No hay nada de malo en rock and roll toda la noche y fiesta todo el día. Suena a más que un buen plan.
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